lunes, 28 de julio de 2008

Reflexiones y pensamientos

Estamos equivocados

Después de llenar los libros, las actas y fijarnos que todo estaba en orden quedamos libres. Una colega me pidió que la acercara en el auto, le dije que no había problema. Saludamos a los pocos profesores que quedaban y dejamos la escuela.
En el camino hablamos de muchas cosas, pero hicimos foco en la educación, en los problemas de conductas que se repiten día a día, y en los casos de violencia que se trasmitieron en todos los noticieros.
Antes de bajar, con mucha certeza me dijo: lo que pasa es que nosotros enseñamos partiendo de la idea que los chicos deben escucharnos en orden, en silencio y todos sentados; lamentablemente eso ya no pasa.

¿Qué prefieren?

Entro al curso y los chicos deben pararse, guardar silencio y responderme el saludo. Después sentarse, quedarse quietos, no pararse, no caminar, no salir del curso, no gritar, hablar de los nosotros queremos y callarse cuando nosotros lo decidimos. Un buen profesor es el que logra cumplir con estos objetivos, según lo que dicen los directivos, y los otros profesores. Yo, me considero un mal profesor entonces.

miércoles, 23 de julio de 2008

Un remis blanco, parte uno (cuento)

Mencho abre una cerveza, toma un trago de costado y pasa la botella. Somos cuatro, Mencho, Flores, el Pájaro y yo. La birra pasa de mano en mano y no para. Se viene la segunda, al rato la tercera, caliente, no importa hacemos tragos largos.

Flores se va, no hay motivación, si no hay veneno no sirve, dice. Yo quiero veneno, el Pájaro también, Mencho no sabe, pero seguro que cuando se tome un par de cervezas más, va a querer. Pero no se como es la onda acá, y me quedo callado. Flores, antes de irse vuelve a preguntar y nadie dice nada.

En menos de veinte minutos terminamos la tercera cerveza y salimos para el Rey, el boliche de moda de la ciudad. Según el Pájaro, el dueño hizo un pacto con el diablo para que se llene todos los días. Pasó de ser un rancho con piso de tierra al boliche más grande de la zona. Según los carteles entran más de dos mil trescientas personas.

Pagamos y nos dan una consumición a cada uno. Entramos y saludamos a un par de conocidos. La pista está llena pero a los costados no hay tanta gente. Además la pista nueva, la del fondo esta cerrada. Solo la abren los sábados, me explica el Pájaro que no para de alabar la fiesta que tiene este lugar.

Voy a la barra y cambio la consumición por la cerveza de litro. Miró el celular y me doy cuenta que salimos tarde. Son las tres de la mañana y todavía estamos sanos. Nos paramos cerca de la pista y comenzamos a tomar. El vaso no descansa, pasa de una mano a otra, y observo los tragos que hacen los chicos, por un momento me había olvidado la cantidad de alcohol que se consume en Tartagal. Me sorprende la intensidad con la que toman. Pienso, mañana no se acaba el mundo, pero trato de seguirle el ritmo y me doy cuenta que no puedo. Las consumiciones se acaban en un abrir y cerrar los ojos. Tengo ganas de cambiar a fernet y los pibes como siempre me acompañan. De a poco siento el gusto de tomar tanto y con tanta intensidad.

Mañana no se acaba el mundo, pero quien sabe.

Vacaciones, me fui a vivir historias


Necesitaba un cambio de aire, un respiro profundo, algo que me de un poco más de vida y me ayude a seguir.
Lo pensé tres meses pero lo decidí en un momento. El celular sonó, Victor y El Flaco, dos amigos, hablaban desde Tartagal. Bruno ya se había ido, en su auto, con todo el asiento de atrás para mí solo; y yo acá, sin palabras.

- ¿Así que no venís?, me preguntaron.
- Si che, me quedo, respondí.

Me mordí los labios para no llorar, para no descargar todo lo que me había guardado. Victor me quiso animar, que estaba todo bien, que seguro ya íbamos a tener oportunidad para vernos. Pero no quería eso, quería irme ya, en ese preciso momento. A veces es difícil hacer lo que uno quiere, aunque desde afuera uno crea que todo está bajo el control de cada uno.

Después de colgar, mire para abajo y una lagrima se deslizo por mi mejilla. Ahí fue cuando dije: me voy a Tartagal.

jueves, 10 de julio de 2008

La vida cruel, parte dos


Salgo en el auto, son las once de la noche. Paso por Los Infernales de Guemes. En ese Resto- Bar un amigo, Martín, va a leer por primera vez sus poesías.
Pienso en todo lo que tengo que hacer: Ir a un velorio, escuchar las poesías de Martín y llevarla a mi novia a comer.

En la entrada de Los Infernales esta Martín, sentado en el único sillón que hay, abajo del cartel donde se escribe la sugerencia del chef. Otra vez, es guiso de lenteja.
Le pregunto a Martín si ya va a leer, y me dice que falta. Cerca de las doce. Tengo tiempo de ir al velorio a saludar a Lalo antes que Mamá que me hable y me quiera manipular de nuevo.

Sigo por Belgrano hasta 27 de Abril. Doblo y me voy fijando la numeración. Mi novia, a la que no le gustan los velorios y tampoco las lecturas de poesías, me señala el lugar. Me quedo en el auto, me dice.
El funeral

Bajo y me fijo en los diferentes nombres que figuran a la entrada de cada sala. Saco el celular y me fijo el nombre de la esposa de Lalo. Entro y veo a un par de personas sentadas en sillones sin respaldo. Apenas cierro la puerta un hombre canoso y corpulento se para y me pregunta a quién busco.

A Lalo, digo. Soy yo me responde. Que viejo que está Lalo, pienso. Hace un par de años que no lo veo, en realidad solo lo vi una vez y mi imagen de él era totalmente diferente a este hombre canoso y de lentes.

Le cuento que vengo de parte de mi madre. Lalo se para y me acompaña hasta la habitación de a lado donde esta el cuerpo de su esposa. Me dice que ahora está más tranquilo, y que sabe que su mujer murió en paz. Le pregunto por mi tío y me cuenta un par de historias. Me dice que los Ochoa (Familia de mi Mamá) son buena gente, y que siempre tuvo el deseo de ir a Tartagal, de donde somos.

Hablamos un par de cosas más y su celular suena. Atiende con cierta dificultad y sale afuera a hablar, quedo solo en la habitación. Me acerco al ataúd y veo la piel de la esposa, llena de arrugas y el maquillaje que la cubre. En sus manos le pusieron una foto de ella y una nena, tal vez una nieta. Observo las coronas de flores que le enviaron y hago un par de pasos para atrás. Sin pensarlo comienzo a caminar por el lugar. Voy hasta la cocina y veo las tazas lavadas y una jarra de café vacía. Veo que hay otra habitación, igual que la primera pero vacía. Vuelvo a la sala del ataúd. Un joven de campera de cuero, alto y bien arreglado se acerca al cuerpo y le acomoda las vestimentas. Me doy cuenta que es el hijo, modelo de profesión y que no le interesa para nada la política.

Los recuerdos

Mientras espero que Lalo termine de hablar por teléfono para saludarlo e irme, pienso en la historia de la muerta. La muerta se llamaba Norma, y antes de casarse con Lalo se había casado con otro tipo. Un militante comprometido, que fue secuestrado por un grupo de tareas.

Los milicos, como era costumbre rompieron la puerta y entraron con toda la furia. Lo sacaron arrastrando y a golpes al militante, mientras Norma, asustada veía como se llevaban parte de su vida. Después lo torturaron y lo fusilaron. Al cuerpo lo arrojaron cerca de uno de los puentes que cruza el Suquia. Le pusieron un arma en la mano y dijeron que había sido un enfrentamiento. Los medios lo reproducieron de esa manera y la mayoría de la sociedad cordobesa, por una parte fue cómplice con su silencio y por otra por su ganas de delatar a lo que consideraban subversivo.

Norma nunca se olvidó de su militante, de su primer esposo. Después conoció a Lalo, un tipo bueno, amable y se caso con él. No pudieron tener hijos, adoptaron dos. Un modelo y una adolescente, a los cuales, le gusta mucho la tele y la imagen. Nunca pudo discutir con ellos de política o de historia.

El tiempo pasó y norma nunca se olvido de su militante. Con el juicio a Menéndez y sus secuaces las heridas que nunca se cerraron se abrieron y comenzaron a arder. Seguramente a Norma se le vinieron todos los recuerdos de esos años, el miedo, el dolor de perder a tu ser más querido, el terror a la muerte, la impotencia de no poder hacer nada. Los relatos de las torturas que se escuchaban por lo bajo. Los gritos de su primer esposo cuando lo sacaban de la casa.

Con la cara de Menéndez en todos los noticieros ella no pudo más y se le apago el cerebro. A los dos días se le paró el corazón. Los médicos dijeron que fue un derrame cerebral.

A más de treinta años, la muerte sigue generando más muerte.

sábado, 5 de julio de 2008

La vida cruel, parte uno


Mamá me pide que vaya al velorio de la esposa de Lalo. Ella no puede ir porque está con gripe y afuera hace demasiado frío. Pregunto dónde es y me pasa la dirección.
Por un momento amago con decir que no tengo tiempo, pero mamá me manipula.

- Si no podes ir, me avisas, me cambio, me tomo un taxi y voy yo con este frío así me termino de enfermar.

No me queda otra. Prometo ir.

Mamá insiste en que vaya, porque Lalo es un amigo de la familia. Era amigo del hermano de mamá: Chicho, mi tío, que nunca conocí porque hace más de treinta y dos años, un escuadrón entró a su departamento. Lo secuestraron, junto a su esposa Gigi. Los torturaron, los mataron, los desaparecieron.
Después le robaron el auto, los muebles, la cocina y todo lo que encontraron. El otro hermano de mamá, Mario, que le cerró la puerta de su casa por el miedo que reinaba en ese momento y para no tener problemas con su esposa, después del secuestro de Chicho lo buscó por todos lados. Tocó las puertas de todos lo regimientos, se peleó con todos lo militares hasta que le pusieron una pistola en la cabeza, y él le dijo que disparen. Pero tanto valor llegó tarde. Chicho ya estaba muerto, y mi madre, desconsolada para toda su vida.

martes, 1 de julio de 2008

Mi vida privada




Pongo las zapatillas en una bolsa, la cierro y la dejo cerca de la puerta. Hago lo mismo con los libros, con cuidado los llevo, no quiero olvidarme ninguno. La ropa no me importa, los libros sí.
Los ojos se me llenan de lágrimas, sus ojos también. Hay ciertos momentos que son tan dolorosos, que dejan tanto vacío.

Cuando era adolescente y terminé de leer “Cuarteles de invierno”, de Osvaldo Soriano, cerré el libro, fui corriendo y le pregunte a Mamá por qué era tan triste el final. Ella pensó un rato y me dijo: Por que así es la vida. Fue el mejor consejo que me dio.

Sus ojos se llenan de lágrimas y de a poco bajo mis cosas, hasta no dejar nada. Me voy, en silencio. Por qué somos capaces de producir tanto dolor, pienso, pido disculpas, lo siento.
Hoy duermo solo, es la noche más triste de mi vida.