miércoles, 27 de agosto de 2008

Discriminación. La historia de Ka y Ro


Ro se quedó de curso en un colegio privado, de esos bien caros. Eligió no repetir, no se si porque no la aceptaron o porque ella creía que podía rendir libres dos años en uno y así poder entrar con sus compañeros. Pero no hizo ni una cosa ni la otra. Vio los programas de Disney todas las tardes y de noche salió con su hermano mayor y los amigos de este a fiestas y boliches. La Madre siempre trabajando, y el Padre a cargo de un complejo turístico en las sierras no pudieron hacer nada.
La madre de Ro, instructora de gimnasia, a la cual me gustaría conocer, admito, le suplicó a la hija que vuelva a la escuela. Ro dijo que sí, pero en ningún colegio la quisieron aceptar. Terminó en una escuela pública, en una localidad vecina de la capital. La misma escuela donde estudia Ka.
Ka tiene dos hermanos más chicos. Vive en una casilla, justo en la curva. Según su hermano para ver cien por ciento lucha, su programa favorito, tiene que caminar dos kilómetros hasta la casa de la tía, porque ellos no tienen tele. Ka es tímida, infantil. Hasta hace poco tenía una amiga que de alguna manera la complementaba, porque era mucho más despierta y por lo general entendía las explicaciones de los profesores. Esa amiga era M, la misma que dejó la escuela hace poco amparada por su madre.
Ka y Ro no se llevan bien. Ro dice que Ka es una negra villera, que no sabe hablar, que ese flequillo teñido de rubio le da asco. Por su parte Ka dice que Ro es una fácil, que se entrega a todos, y después no puede más y llora y dice que quiere dejar la escuela, que su padre hace muchos esfuerzos para que ella y sus hermanos vengan al colegio, para que seguir viniendo si me tratan tan mal, dice y sigue llorando. Ro termina diciendo, odio la escuela, vengo solo porque mi mamá me obliga, si fuera por mí la dejaría.
El conflicto se hace cada vez más grande. No solo yo me doy cuenta y tengo miedo que esto termine a los golpes y la escuela donde trabajo salga en los noticieros.
Tengo que hablar con las chicas otra vez.

domingo, 24 de agosto de 2008

Discriminación


La profe de química le dice a la vice que bronca que se tienen las dos chicas de adelante con el resto de sus compañeras.
La de biología habla en la sala de profesores acerca del mismo tema.

(Soy el tutor de segundo año, y conozco esos problemas, yo mismo lo viví en mi clase cuando Ka cansada de que Ro le diga negra, así, bien bajito mientras yo escribía en el pizarrón y después se ría a carcajadas con su compañera de banco Sol y yo no entienda nada y le diga a Ro que me cuente qué es lo gracioso y que ella ponga cara de niña buena, como siempre lo hace y me mire con sus ojos grises, bien grises y me hable de manera correcta y amable para que yo piense que es una santa y le crea mientras Ka se muerde los labios y se aguanta la bronca hasta que no da más y se para con toda la furia y va hacía adelante para gritarle frente a todos que se pare, que la va a hacer cagar y cierre los puños y yo piense que se viene lo peor y para evitarlo me ponga en el medio. Pero los golpes no llegan, y Ka se siente y llora).
Apenas salgo del curso le cuento a la celadora lo que pasó, omitiendo detalles, como que casi se fueron a las manos dos chicas. En realidad le digo que hay bronca entre las alumnas de adelante y el resto, en especial Ka.
La celadora, con su voz pausada y firme me dice: A ka no le lleves mucho el apunte, es una chica muy problemática que vive en unas casillas bien precarias, y siempre piensa que todos están contra ella.
Mira que se puso mal, le digo antes de irme.

Ka, realmente me cae bien, igual que Ro y Sol, en realidad todo segundo año me cae bastante bien.
Intento hablar con RO y Sol, son más grandes que sus compañeras, me dicen que no son ellas, son las otras. Las otras me dicen que Ro y Sol se creen las dueñas del curso y la hacen a menos y las tratan mal. Y los chicos pregunto. Están del lado de Ro y Sol porque ellas lo manejan. Que fácil somos los hombres, pienso, un par de ojos claros, una sonrisita y ya estamos haciendo lo que ellas quieren.

La profe de educación física me habla, quiere que el tutor hable con el curso. Segundo no puede seguir así, me dice.

No te preocupes, voy a hablar con ellas, digo.. Otra vez, pienso.

sábado, 16 de agosto de 2008

Otro banco vacio


M dejó la escuela, es lo que me cuentan sus amigas.

En la sala de profesores escucho que una colega le pregunta a la celadora si M ( a la cual se refiere como la nenita del fondo porque no se acuerda del nombre) dejó la escuela y se siente culpable.

- Le puse diez amonestaciones por salir del curso sin permiso, dice.
- No te hagas drama, esa nena dejó porque se quedó libres por faltas. Ese mismo día a mi también se me escapó. No trajo el retiro firmado y le dije que no se podía ir pero lo mismo se fue. Agarré el auto y la encontré en la plaza. Subí ya, le dije y la metí al auto. No podía permitir que se escape, cuenta la celadora.

Hablo con sus amigas. Me dicen que dejó porque no le gustaba el curso. Pienso que es una lástima. M es inteligente, además muy despierta. Personalmente me cae bastante bien.
Como tutor de los chicos de segundo año pienso que debo hacer algo. Pido el teléfono de la casa de M. Me pasan un número de celular, vive sola con la madre me cuentan.

Llamo.

- ¿Hablo con la madre M?, pregunto.
- Si, ella habla, de parte de quién.
- Soy el Profesor de Lengua. Le hablaba para preguntarle porque M no está viniendo a la escuela.
- Eh… ella se quedo libre por faltas y yo le pregunté si quería que la reincorpore, y me dijo que no.
- Mire señora, es una lástima que M deje la escuela. Es una chica muy inteligente y me parece que apañarle que deje de estudiar no es una buena idea. Si ella se siente mal en el curso o tiene problemas con la escuela lo mejor sería que vengan a hablar, pero que no deje la escuela. Señora…Señora…Señora…

Marco de nuevo y directamente me atiende la casilla de mensajes. Pruebo más tarde y me pasa lo mismo.
Voy a hablar con el Director y le cuento la situación. Y si… es algo muy habitual en la escuela que lo padres lo saquen de la escuela a los chicos, me dice y sigue tomando mate.
Otra alumna que se va y a nadie le importa. Para muchos es un problema menos. Yo pienso que es una lástima.

M, donde quieras que estés, volvé. Tu lugar, como el de todos los chicos y adolescentes, es la escuela, no la calle.

jueves, 14 de agosto de 2008

Un remis blanco, parte tres (cuento)


La cumbia deja de sonar, y una música mucho más lenta y aburrida ocupa su lugar. Las luces se prenden, primero en la pista, después a los costados, para alumbrar a los pibes de la barra que nos miran con cara de cansados.

Tengo medio vaso de fernet y tomo, Mencho me lo saca y camina hacia la salida igual que todos. Hago lo mismo y en el tumulto acarició la cintura de una mina y me pego a otra.

- Que linda que sos, le digo.
Me sonríe y le digo que vamos, que sigamos la fiesta.

- Mañana vengo, dice.

Pasamos la puerta y se va. Mencho está en la calle. Miro a todos lados y veo como la gente se desparrama y las chicas me sueltan la mano cuando se las tomo.
Camino hasta donde esta Mencho, el quiere comer, yo no se que quiero. Le presto plata y se va al carrito viejo que vende choripanes vencidos.
El Pájaro llega con la mayoría de los botones desabrochados y pregunta que hacemos. Que se yo, quiero seguir tomando, donde sea, hasta no poder hablar y caerme del pedo. Mencho grita del carrito: VAMOS A DROGARNOS, y viene hacia nosotros con el choripan en la mano.

Un remis Blanco, parte cuatro (cuento)

Nos subimos a un remis blanco, los tres y Mencho dice, vamos, vamos, vos sabes dónde conseguir.

- ¿Qué quieren?, pregunta el remisero.
- Merca y base, dice Mencho. Después me pregunta si tengo guita.

Vamos a hacer escupir ese cajero, les digo y partimos hacía el centro.
Pasamos la ruta y agarramos la Warnes. Queda un culo de fernet y lo tiramos por la ventana, para la pacha grito.

Me bajo, entro al cajero saco guita y salgo. Me choco con una señora del Plan trabajar que me dice algo pero no escucho. Ya estoy en el remis. Después de un par de cuadras, recién me fijo si no deje la tarjeta en el cajero.
Pasamos por todo el centro y agarramos la avenida rumbo al cementerio. La calle de tierra nos mueve. Doblamos, pasamos las vías y nos miramos. De acá comprábamos hasta que Pancho saltó la loma con su auto y choco con un tractor; y los pibes que nos vendían nos quisieron chorear y para colmo ni un gramo de droga nos dieron..

- Denme la plata, dice el remisero.

Saco cuarenta mangos. Ocho papeles le digo y Mencho salta, compra base también. Bueno seis de merca y dos de base.

El remisero se baja, abre el portón y entra a la casa. Al rato sale.
Nos da los papeles, se sube al auto y pregunta a dónde vamos.

- A un hotel, dice Mencho.
Partimos para el otro lado de la ciudad. Antes compramos cervezas y parisienes. Tomamos mientras la ciudad despierta y nosotros seguimos aún sin dormir.
Llegamos a un telo que queda sobre la ruta camino a Bolivia, de donde viene toda la merca, las más rica, la más pura.
El portón se abre y pasamos a una de las piezas.
Le decimos al remisero que se baje con nosotros pero no quiere. Vengo cuando termine el turno, nos dice y se va.
Entramos y prendo la tv, dos rubias tetonas gritan desaforadamente y el Pájaro comienza a preparar las líneas.
Me persigo, me fijo si hay cámaras, pienso si nos mandan la cana y después como le explico a mi Tía. Le diré que soy puto, nunca drogadicto. Entonces, sentando en la mesa de luz aspiro una línea armada sobre la lista de precio plastificada, y comienzo a hablar como mujer para que piensen, si alguien nos escucha del otro lado que es un dos contra uno.
La garganta se me pone amarga y Mecho comienza a hablar de la vida mientras prepara su bazooka. Después va a hasta la ventana, la golpea y pide tres cervezas.
Un negro se coje una de las rubias y el Pájaro se mete otra línea.

- ¿Qué queres para la vida?, pregunta Mencho.
- Guita. Recibirme y tener guita, y ser así como vos, que paga todo o como el Gordo. Yo quiero eso. Tener guita y pagarle todos a mis amigos, responde el Pájaro que no para de armar líneas.
- Eso no es la felicidad Pájaro. Explicale, me dice.
- Te respeto Pájaro, si es lo que queres, pero no pienso igual, digo.
- Mira yo soy un infeliz, estudio una carrera de mierda que no me gusta. Pero para mi la felicidad es esto. Que se yo, tener lo mínimo para vivir dignamente y nada más, dice Mencho.

El olor a mierda de la base nos envuelve. Seguimos hablando de cualquier cosa y nos drogamos con tanta intensidad como antes tomábamos. Además el turno es de una hora y media y tenemos que acabarnos todos.
Seguimos hablando de cualquier cosa, y le digo al Pájaro que la traiga a su ex. Apenas lo digo me doy cuenta que me zarpe, y el me mira serio, y me dice: me dolió. Le pido perdón y seguimos aspirando.

El teléfono de la pieza suena y Mencho atiende. Afuera nos buscan, y falta cinco minutos para que termine el turno, nos dicen del otro lado del tubo. Me fijo y lo veo al remisero.
Ya no queda nada y agarramos nuestras cosas y nos vamos. Adentro se quedan el negro con las dos rubias que no paran de gritar.

Un remis blanco, parte cinco y última (cuento)


Mencho quiere más, y me dice vamos. Paga vos, yo mañana te devuelvo. Pero no da. Ya son como las diez de la mañana. Así que lo dejamos en su casa y seguimos con el Pájaro hasta la suya. Nos bajamos los dos, y el Pájaro me dice, tomemos una cerveza más así hablamos. Acepto y vamos a un negocio y pedimos una descartable. Sin decirnos nada comenzamos a caminar y le hago un trago a la cerveza. Me dan muchas ganas de vomitar y me apoyo en un cantero. El Pájaro me agarra de atrás y me aprieta la panza. Lanzo una arcada pero no vomito. Es la merca, me dice.

El Pájaro me pasa la botella y solo me mojo los labios. El también toma despacio.
Me cuenta de una mina que ama pero que no quiere y me sorprende todos sus razonamientos psicológicos que hace de ella. Yo solo se que es una pendeja y que parte la tierra de lo linda que es.
Caminamos por toda la ciudad. Hacemos como diez cuadras y estamos en la misma avenida por donde fuimos a comprar merca. Sin decir nada seguimos. Entramos a la estación de servicio y le pedimos una cerveza para tomar en una de las mesas. Pero el encargado nos dice que a esta hora todavía no sirven alcohol. Entonces compramos para llevar. Tres botellitas de medio litro y seguimos caminando hablando de esa mina.

Entramos a la calle de tierra y vemos a lo lejos la cruz del cementerio. Seguimos hablando de lo mismo y vemos la loma y las vías donde choco Pancho.
Nos quedamos en el lugar y las señoras con bolsas de almacén pasan cerca de nosotros y nos miran con cara de desprecio.
El Pájaro toma un trago largo y acaba la primera cerveza. Mira hacía la loma y me dice:

- Vamos.

Sacó cincuenta pesos y le digo:

- Dale.

jueves, 7 de agosto de 2008

La vida cruel


La profesora de química o biología, no lo recuerdo, que también es madre de dos alumnas, habla con el director. Le cuenta acerca de un chico que está enfermo. El director dice que está al tanto, y que le dijo que se cuidara. No entiendo bien de que alumno hablan. Sigo tomando mate al lado de la cocina que no funciona y me quedo con la duda.

Busco al profesor de Ingles, sé que el también esta al pedo como yo en estos martes eternos. Voy al taller, no lo encuentro, entonces se que está en el comedor charlando con las cocineras.

Saludo a las cocineras, y me siento junto al Profe de Inglés que está mandando mensajes de texto. Charlamos de cualquier cosa hasta que una de las cocineras habla acerca del chico enfermo. Entonces nos paramos y nos acercamos a la barra donde sirven la comida para que una de las cocineras nos cuente que es lo que sabe.
Dicen el nombre del chico, no lo conozco, nunca lo tuve como alumno, y tampoco lo ubico de vista.
El profe cuenta su versión, que es la misma que se contó en sala de profesores.

- Le empezó a doler la panza, y todos pensaron que era apendicitis. Entonces lo llevaron al hospital para operarlo y cuando lo abrieron se dieron cuenta que el apendicitis estaba bien. El chico tenía dos tumores. Pero según lo que escuche se lo descubrieron a tiempo y lo están tratando.
- Si, fue así, pero en estos días le dieron los resultados, dice la cocinera.
- El pibe vino el lunes de la semana pasada, y el director me dijo que se le descubrieron a tiempo.
- Es lo que creían, pero en estos días lo médicos le dijeron a los padres que lo lleven a la casa, que no lo manden más a la escuela que ya no hay nada que hacer. Los últimos estudios le dieron que el tumor ya estaba todo desparramado.

No lo puedo creer. Las cocineras cuentan que los vieron el fin de semana en la procesión de la virgen muy desmejorado.
También cuentan que el sueño del pibe era tener una moto, y que el padre le dijo que prefería que se muriera de lo que sea y no tirado en la ruta como le pasa a tantos. Crueldades de la vida.

Antes de irme pregunto si el chico sabe.
No sabe nada, me dicen.

martes, 5 de agosto de 2008

Un remis blanco, parte dos (cuento)


Queda un poco de cerveza en el vaso, Mencho no lo pasa, la tira al piso y dice para la Pachamama. Cambiá a fernet, digo, y le doy veinte pesos, soy el único al que le queda plata. Mencho va tan rápido a comprar la bebida como toma, y el vaso, de litro, ahora oscuro pasa de mano en mano y los tragos son tan o más largos que cuando tomábamos cerveza. A este ritmo el alcohol se acaba rápido, y la escena se repite. Lo poco que queda, al suelo sin que los guardias del boliche nos vean, y a correr y a comprar otro litro más.

En la pista, las personas le siguen el ritmo a la cumbia. Que bien bailan, pienso, y observo a una chica de pollera blanca que de una vuelta y mueve su trasero mientras su amiga le hace palmas. Al lado dos pibes saltan, mientras mueven sus pies, intento copiarle el paso, pero no me sale.

Una chica sale del baño y pasa cerca de nosotros.

- Que haces pendejo, le dice a Mencho.

Mencho le da un beso y me la presenta como una amiga, el Pájaro también la saluda. Me dicen el nombre pero me olvido. Le convido un poco de fernet. La amiga de Mencho tiene unos pantalones gastados, una remera negra, y unos labios grandes y sabrosos. Está con un grupo de chicas en una esquina de la pista.

- Vayan para allá, dice antes de irse.
- Vamos, dice el Pájaro, cuando pantalón gastado ya está con sus amigas.
- Si ustedes quieren, digo.
- No sirve, fijate, son cinco y no tienen ni una cerveza en la mano. Esas son muy bocas secas. Nos van a tomar toda la chupa. Dice Mecho.

Y tiene razón. Nos quedamos en el mismo lugar y vamos por otro fernet. Empezamos a movernos entre nosotros.

El Pájaro no resiste y se va a la pista a buscar una mujer para mentirle cosas al oído y bailar. Nosotros nos movemos un par de paso y nos quedamos al borde de la pista. La cumbia suena en cada rincón del lugar, y me muevo, mientras Mencho corre por medio de las mesas y compra otro fernet, grande de litro y vuelve tomando y levantando la mano libre al ritmo de la música. Me enseña el paso del camionero y lo hacemos a dúo y nos cagamos de risa y nos metemos de lleno a la pista, y nuestro baile ya no ocupa solo un rincón, sino que toda la posta, y vamos de un lado a otro levantando las manos, y cruzándonos con chicas que nos miran y algunas nos hacen palmas, nos sentimos los dueños del lugar y del fernet que se vuelve a acabar y a correr otra vez.

Falta poco para que termine el boliche, ya son las cinco y media de la mañana y decidimos volver a la cerveza para sacarnos el gusto dulce de la coca cola de nuestras bocas. A esta altura bailamos con cualquiera pero al fin con ninguna, seguimos deslizándonos por toda la pista y cuando nos toca sostenemos bien fuerte el vaso y así también tomamos. No me importa nada, levanto la cerveza y unas cuantas gotas caen arriba de mi camisa y yo las lamo con mi boca, me siento envueltos en llamas, y pienso, no caben dudas: en Tartagal, siempre de noche, parece que se acaba el mundo y no nos queda otra.