martes, 30 de junio de 2009

lunes, 29 de junio de 2009

martes, 16 de junio de 2009

Llueve en Tartagal (Fragmento)


Después de diez años, nadie volvió.

I

No se si era un jueves o un viernes pero llovía en Tartagal. Volvía de Vespucio en el auto de mi tío. Había ido a dejar un sobre a un pariente. El limpiaparabrisas iba y venia de un lado al otro, sacando el agua del cristal que a cada rato se empañaba por dentro y tenía que prender el aire acondicionado para poder ver bien. A un costado del paseo había un par de chicos jugando a la pelota, apasionados corrían detrás del balón y se arrojaban al suelo y resbalaban sobre el pasto húmedo. Más adelante, otros, trotando, intentaban escapar de la lluvia. Sol estaba entre ellos. Bajé la velocidad, toqué bocina, abrí la ventana y grité su nombre y las gotas rebotaron en el borde y me mojaron la cara. Ella miró hacía los dos lados de la avenida y cruzó al frente. Le abrí la puerta del acompañante para que subiera. Antes de sentarse me preguntó si no importaba que mojara el auto. Le dije que no era mío, así que estaba todo bien.
Sol me contó que venía de la casa de una amiga del secundario, que hace mucho que no veía y que esta vez había ido por conveniencia. Su amiga abrió un negocio y andaba buscando alguien para atenderlo. Sol no era la indicada, según sus propias palabras y su risa burlona. Aunque Sol se reía, pronto me di cuenta que el rechazo había dolido, más aún cuando me pidió parar en la estación de servicio para comprar dos cervezas y dar un par de vueltas. No tenía apuro, el auto lo tenía que dejar a eso de las diez y recién, según mi celular eran las siete de la tarde.
Nos fuimos a bienvenidos y tomamos las dos cervezas de medio litro. Prendimos un par de cigarrillos y busqué en el baúl la toalla que siempre lleva mi tió, no sé para qué, tal vez para ocasiones como esta: el de encontrar a una chica de solera totalmente mojada, con piernas atractivas y aroma a lavanda.
Charlamos de cualquier cosa, a pesar de que a Sol la conocía hacía poco habíamos pegado muy buena onda. Era una mina que escuchaba lo que decías y te miraba fijo a los ojos. Situación que al principio me ponía nervioso y luego me encantaba porque su mirada no era de seducción, sino de atención, como interesada realmente en lo que uno hablaba. Ella, también opinaba, la mayoría de las veces coincidíamos.
Yo invité las otras dos cervezas. No sé porque, en ese momento pensé que Sol no quería volver a casa. A veces le sucedía, dejaba el barrio, la madre, el hermano, el novio y se marchaba por ahí a dar vueltas sin ganas de regresar, tal vez buscando el valor para dejar todo lo que le molestaba. Sin embargo, yo no sabía que le molestaba, sólo sabía que ella era realmente atractiva y que más de un amigo se la había cogido, y a pesar, que después se sintieron mal o simularon estar mal, esa experiencia les había encantado.
Admito que me gustaba, que la primera vez que la vi me quede enamorado de su culo como todos alguna vez lo tuvimos, pero mucho más me gustó la forma que me trató apenas la conocí. Pero su actitud no era personal, esa mañana, éramos como tres y ella nos alcanzó los vasos, nos sirvió la cerveza, limpió el cenicero, el espejo, armó los cigarrillos y se fijó que nunca nos faltara nada. Pero a pesar de esos recuerdos, la cosa era que estábamos los dos, solos, con dos litros cervezas arriba, escondidos en la entrada de Tartagal con los vidrios empañados y yo, no podía dejar de ver sus piernas, mientras que afuera, la lluvia caía como baldazos de agua y los desagües se tapaban de basura. De vez en cuando abríamos las ventanas para que entrara el aire y el olor a tierra mojada llegaba como bocanadas de aire frío que nos ponía la piel de gallina. No sé si fue en ese momento o antes que pensé en abalanzarme y darle un beso, pero no tuve tiempo, ella me ganó de mano, me tocó la pierna y se vino hacía mi boca. La situación me sorprendió y mi cabeza imaginó mil cosas al mismo tiempo y ninguna relacionada con sexo. La alejé con suavidad y dije que no, no quería ser como los otros, no quería traicionarlo a Ivan, su novio, porque a pesar de que era solo un conocido, el pibe me abrió la puerta de su casa de la mejor manera como también lo hizo con esos amigos que después terminaron acostados con su novia, y lo peor era que él lo sabía, y aceptaba la situación, y si llegaba a pasar algo con Sol, también lo iba a saber, por todo eso y muchas cosas que prefiero callar, dije no.
Nos quedamos un rato más, compramos otra cerveza pero no la terminamos. La conversación no siguió tan amena como venía y en más de una ocasión nos quedamos en silencio. Sol estaba molesta, en el mismo día, dos personas la habían rechazado.

martes, 2 de junio de 2009

A la deriva (cuentos olvidados)

Me detengo en la puerta de su cuarto y lo veo recostado en el colchón viejo. Tiene un libro en sus manos de tapa amarrilla. No alcanzo a ver el título. Advierte mi presencia pero sigue leyendo. Habla poco. Es medio raro. Algunos días apenas me saluda con un gesto.

Le cierro la puerta y me voy a mi cuarto. Intento dormir un poco, pero siento ruidos en la entrada y el bebe empieza a llorar. Mi hermana grita. Me cago de odio. Me levanto de un salto, salgo de la pieza y bajo las escaleras. Lo veo al pendejo de mi cuñado apoyado en la pared a punto de caerse. La putea a mi hermana, se babea, se seca con el cuello de la camisa. Le calló la boca de una piña y lo llevo a unos de los cuartos en desuso. Ahí lo meto junto a los cartones, cables y hierros oxidado. Tranco la puerta. Callate la boca, borracho de mierda, que esta noche tengo que trabajar, le digo. Mi hermana quiere sacarlo pero de los pelos la llevo hasta donde está el pendejo para que se haga cargo.

- Hijo de puta- dice.
Levantó mi mano y cierro el puño, pero me detengo.
- Dejame en paz. Tengo que descansar. Vos, el pendejo y ese borracho viven de lo que hago. Andate para allá.

Subo de nuevo a la pieza e intentó dormir pero no puedo. Se me pasó el sueño. Voy hasta el cuarto del Mudo y le pido prestado un libro. Ese del apellido raro, que trata de dos asesinos que violan y matan a un hombre le digo. Me pasa un libro negro con el nombre del autor en la tapa que no puedo pronunciar.

Cerca de las diez de la noche mi hermana toca mi puerta. Me pide si lo puede sacar al pendejo de su marido, que ya esta bien. Hace lo que quieras, digo. Me cambio. En estas ocasiones me pongo la misma ropa. Un jeans gastado y el pulóver tejido.

El Mudo entra a la pieza y abre el ropero. Del cajón de arriba saca la caja de herramientas y las armas. Se fija que tengan balas y que estén con seguro. Después bajamos a comer algo. Para pasar el tiempo compramos unas seis cervezas y tomamos en frente de mi cuñado, viendo tele.

Cuando ya todos están durmiendo, le preguntó al Mudo si vamos a ir a la casa que le dije.
- No, contesta.
- ¿Por qué no?
- Muy cerca
- ¿Y qué tiene?
Mira la tele y toma un poco más de cerveza.
- Habla maldito loco, ¿por qué no?.
- Es cerca y hay gente.
- En todas las casas hay gente.
- Son viejos chotos.
- Mudo de mierda, siempre elegís vos los lugares. La última vez no sacamos una mierda.
- Pero nadie nos vio.
Me levantó y lo puteo. Le saco el envase y me siento en el sillón viejo. Él siempre decide todo. Se cree tan inteligente porque lee esos libros, o porque según él estudio. Yo lo conocí en un calabozo. Le salvé el culo. No se podía ni defender. Tuve que voltear a un grandote de un cabezazo y quebrar una mandíbula. Y ahora él elige las casas, la hora, la estrategia. Mudo de mierda, a veces me dan ganas de matarlo. Yo le enseñé todo.

El Mudo se levanta y acomoda las cosas. Mete las herramientas en la mochila, del refrigerador saca una bolsa blanca y guarda las armas. Me mira y con la cabeza me hace una seña. Medio borracho y sin ganas me levanto. Busco mi pulóver, el bolso y salgo detrás de él. Mi hermana, el borracho y el bebe duermen.

El Mudo conduce. Viajamos en silencio por las calles vacías y oscuras. Pasamos el Suquía y en la primera cuadra doblamos. Vemos a un viejo con las manos en los bolsillos esperando el colectivo. Ingresamos al barrio. Vamos directo a la casa que le dije. Dejamos el auto a la vuelta y seguimos a píe. Vemos los jardines amplios y cuidados de todas las entradas, como compitiendo entre unas y otras. Las calles están limpias y las veredas llenas de árboles. Un perro empieza a ladrar y pega su hocico a uno de los portones. Shh amigo, le digo al animal.

La casa ocupa toda una esquina. El Mudo me dice que vamos a entrar por uno de los costados. Lo ayudo a treparse a la tapia. Los perros de la casa se vienen al humo. Le paso la mochila. Saca la bolsa blanca y le tira los pedazos de carne. Baja y se sienta a mi lado. Esperamos un rato, después entramos.

Esta lleno de plantas y flores. El jardín ocupa como quince metros de ancho y más de treinta de largo. Se respira un olor rico, tal vez de las plantas pero no estoy seguro. Veo el quincho cerrado y con aires acondicionados. Atrás está la pileta. Se ve que estos hijos de putas viven bien.
Lo primero que hace el Mudo es buscar los cables de la alarma y del teléfono. Se da cuenta que la alarma esta desconectada, entonces vamos a trabajar en la puerta de atrás. Alumbro con la linterna, el Mudo, con un destornillador y una pinza la abre.
Pasamos la cocina y empiezo a fijarme en las cosas de valor. En el living guardo objetos pequeños en mis bolsillos. El Mudo pasa para una de las piezas donde hay un escritorio y parece ser la oficina del dueño de casa. Hay una computadora portátil. La desenchufa, la cierra y me la pasa. La guardo en el bolso. Empieza a revisar los cajones. Vuelvo al living y veo las fotos colgadas de la pared.
En un portarretrato con bordes de plata veo al dueño de casa, parece ser un tipo de unos cincuenta años, de figura atlética. Esta en el medio de un grupo de personas que parecen ser sus empleados. Todos sonriendo con cara de estupidos. Como si estuvieran contentos de ser esclavos de ese hijo de puta. Cada vez tengo más bronca. Ahora lo veo frente a un auditorio colmado de gente que lo aplaude. Tan importante se debe sentir, con sus trajes caros y esos empleados lame ortos. Con el dedo índice le presiono la cabeza. Me gustaría reventártela de un disparo, digo. Miró la mesa donde hay más fotos. Voy para allá.
Un recuadro cae. Se rompe el vidrio. Siento el ruido retumbar en el silencio de la casa. Me agacho y me escondo entre las patas de la mesa. Mi corazón se empieza a acelerar. Buscó el arma en el bolso pero no la encuentro. Miro hacia todos lados. Tengo calor. Comienzo a transpirar. Quiero sacarme el pulóver. El Mudo está agachado en la puerta. Me hace seña para que me calme y guarde silencio. Permanecemos atentos. El tic tac del reloj de pared parece sonar cada vez más fuerte. El tiempo pasa, nadie viene. El Mudo se acerca y me susurra que siga metiendo cosas al bolso. Vuelve al cuarto. Parece que encontró guita, o por lo menos eso entiendo con la seña que me hace. Me pongo de pie y guardo un adorno que parece ser de cristal y otras cosas que no se ni que son, pero parecen que tienen mucho valor. Voy por una puerta lateral y entro en una sala donde veo un tele de plasma rodeado de un equipo de audio y un dvd. Desenchufo los aparatos y guardo el dvd en el bolso.
En la sala hay unos sillones inmensos y un par de puff a los costados. Pienso en la maldita comodidad de estos ricos.
Vuelvo en busca del Mudo para preguntarle si llevamos por lo menos el cuerpo del centro musical. Pasó por el living y siento el ruido del interruptor de la luz. Lo primero que hago es palpar mi cintura para agarrar el arma, pero no la tengo, nunca la saqué del bolso.
- Quedate quieto mierda- dice.
Me doy vuelta y lo veo al viejo de las fotos apuntadome con un rifle de caza que tiene dos caños. Lo apoya contra su hombro y lo sostiene firme. Levanto las manos. Veo como viene hacía mi. A un par de pasos de distancia le saca el seguro al arma.
- No me haga nada jefe. Tengo familia, hijos, por favor jefe.
- Quieto, te dije. Mirna habla a la policía- dice con vos gruesa mirando para atrás y los segundos que pasan se vuelven eternos.

El disparo le revienta el pecho. Se escucha un grito desde la pieza. El viejo cae y en un segundo la remera blanca se mancha de sangre. El mudo entra al living, se ubica arriba del dueño de casa y le perfora la cabeza. Mirna vuelve a gritar. El Mudo corre para la pieza, esquiva un par de sillas, patea la puerta, con el arma en alto y sin seguro, pasa un pasillo lleno de espejo, hasta llegar a la pieza, yo lo sigo.
La mujer está llorando a un costado de la cama. Tiene un celular en sus manos. El Mudo se lo saca y la quema de dos balazos. La ve caer al suelo y camina hacía la puerta.
Por el pasillo escuchamos un ruido, viene de una pieza cercana. La buscamos. Entramos. Hay un chico de no más de dieciocho años que abraza a una nena. Intenta calmarla. Cuando nos ve entrar se para y nos enfrenta.
No le hagan nada, dice con la voz afónica. El Mudo apunta. Apoya el caño en la frente, le pide que baje la vista, que mire al suelo. Pienso que el Mudo enloqueció pero no dispara, se le queda mirando hasta que me dice que vamos.
Corro hasta una de las salas donde estaba el bolso, lo cierro y salgo para el jardín. Esquivamos a los perros tirados en el suelo, salimos por donde entramos. Llevamos lo robado a media. Caminamos rápido hasta llegar al auto. Guardamos las cosas y salimos. A los lejos sentimos una sirena. Veo a una señora observando por la ventana de una de las casas. Me agacho. Dale boludo, digo. Pone primera y salimos a toda velocidad. Dejamos el barrio lujoso y nos vamos para nuestra zona.
Volvemos en silencio. Lo observo al Mudo, espero que me diga algo. Pero se queda callado. A cada rato miro para atrás. Volvemos a sentir la maldita sirena y mis manos no se pueden quedar quietas. Traspiro y me hundo en el asiento.
Al llegar, me bajo y abro el portón. Guardamos el auto y bajamos las cosas.
Desde una de las ventanas de la casa vemos la calle. Una camioneta de la policía pasa a toda velocidad. Camino hacia atrás y me siento en uno de los sillones. El Mudo sigue pegado a la ventana. Lo llamo y le pregunto:

- ¿Por qué no mataste al pendejo?-