lunes, 12 de diciembre de 2011

La cancha de fútbol

Al frente de mi casa había tres canchas de fútbol, una pileta vacía y un quincho dónde hacían asado y vendían gaseosas y cervezas. A la tarde, antes de que llegaran los chicos de la escuelita de fútbol, con mi hijo nos cruzábamos al frente y pateábamos una pelota roja. A veces sacaba el celular y lo filmaba y él corría de un arco a otro y gritaba los goles como si fuera una final del mundo.

Los miercoles a la noche las canchas se llenaban de policías y la cuadra de autos. Los oficiales de la ley armaban pequeños torneos. Pero no era divertido verlos, el equipo del comisario siempre ganaba y apenas si se rozaban las canillas. En cambio los domingos venían los peruanos y en la cancha se jugaban la vida. Tendrían que haber visto las patadas que se pegaban. Pero nadie decía nada. Se la bancaban como caballeros y corrían como endemoniados. Había uno que la pisaba y le decían el Riquelme andino. Con mi hijo nos pasábamos horas viendo esos partidos.

La semana pasada la escuelita terminó sus clases. Se hizo un acto, se entregaron trofesos, vinieron los padres. Se fueron contentos.
A los dos días se llevaron los arcos, el alambrados, las sillas, las mesas y desarmaron el quincho. Cuando ya no quedaba nada una topadora volteó los escombros. Ahora no queda nada. Es un descampado. Como si un tornado hubiera arrasado con esa esquina.
A veces con mi hijo nos paramos en el balcón y vemos la pileta sin agua. Nada más y él me mira como queriendo que le explique qué pasó con la cancha de fútbol. Pero no sé que decirle, así que nos quedamos callados y seguimos contemplado el vacío.

sábado, 25 de junio de 2011

Yo tenía una voz

Yo tenía una voz que me hablaba todo el tiempo. Me carcomía el cerebro y no me dejaba tranquilo en ningún momento. Andaba en colectivos y la voz me hablaba, caminaba por el boulevard donde viven mis viejos y la voz aparecía de golpe y me seguía contando cosas. A veces entre sueño la voz me despertaba. Era como tener una personita pequeña en el cerebro que no se cansa de hablar. Así era esa voz.
Finalmente me sentaba frente al monitor y la voz dejaba de gritarme y susurraba como una caricia, entonces la historia comenzaba a aparecer y eran las dos de la mañana y escribía, las tres y escrbía, las cuatro y seguía. Las teclas sonaban y no volvía a leer lo que había escrito porque la voz no me lo permitía, me decía que siguiera hacía adelante y yo seguía. Todo fluía como una pequeña cascada que llenaba un estanque y ese estanque era el cuento, o un pedazo de novela totalmente imperfecto pero real. Después lo trabajaba, mucho, le pedía a otros escritores que me ayudaran. Pero la sustancia ya estaba, la historia ya estaba.
Ahora eescribo un pàrrafo de cuatro líneas por día y miro el monitor y la voz no aparece. Nadie me habla. Al otro día corrigo el mismo párrafo y le agrego una línea más o dos y escribo de golpe otro párrafo y lo borro de una. Ya no sé que es lo que esta bien y lo que esta mal y cada palabra la pienso miles de segundo. Antes escribía y no pensaba. Lo voz lo hacía por mí.

miércoles, 13 de abril de 2011

domingo, 27 de marzo de 2011

Fragmento de la novela El guardián entre el centeno

J.D. Salinger


Luego me pasó otra cosa. Cuando llegaba al final de cada manzana me ponía a hablar con mi hermano muerto y le decía: «Allie, no me dejes desaparecer., No dejes que desaparezca. Por favor, Allie.» Y cuando acababa de cruzar la calle, le daba las gracias. Cuando llegaba a la esquina siguiente, volvía a hacer lo mismo. Pero seguí andando. Creo que tenía miedo de detenerme, pero si quieren que les diga la verdad, no me acuerdo muy bien. Sé que no paré hasta que llegué a la calle sesenta y tantos, pasado el Zoo y todo. Allí me senté en un banco. Apenas podía respirar y sudaba como un loco. Me pasé sin moverme como una hora, y al final decidí irme de Nueva. York. Decidí no volver jamás a casa ni a ningún otro colegio. Decidí despedirme de Phoebe, decirle adiós, devolverle el dinero que me había prestado, y marcharme al Oeste haciendo autostop. Iría al túnel Holland, pararía un coche, y luego a otro, y a otro, y a otro, y en pocos días llegaría a un lugar donde haría sol y mucho calor y nadie me conocería. Buscaría un empleo. Pensé que encontraría trabajo en una gasolinera poniendo a los coches aceite y gasolina. Pero la verdad es que no me importaba qué clase de trabajo fuera con tal de que nadie me conociera y yo no conociera a nadie. Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz. Yo les llenaría los depósitos de gasolina, ellos me pagarían, y con el dinero me construiría una cabaña en algún sitio y pasaría allí el resto de mi vida. La levantaría cerca del bosque, pero no entre los árboles, porque quería ver el sol todo el tiempo. Me haría la comida, y luego, si me daba la gana de casarme, conocería a una chica guapísima que sería también sordomuda y nos casaríamos. Vendría a vivir a la cabaña conmigo y si quería decirme algo tendría que escribirlo como todo el mundo. Si llegábamos a tener hijos, los esconderíamos en alguna parte. Compraríamos un montón de libros y les enseñaríamos a leer y escribir nosotros solos.

miércoles, 16 de febrero de 2011

miércoles, 2 de febrero de 2011

Textos que quedaron afuera

La piel desnuda



Las paletas del ventilador suenan y el ruido es constante y bullicioso. Del comedor se escucha apenas una canción con ritmo lento que tal vez habla de amor, o de pena y aunque lo intentamos no podemos descifrar de quién se trata. Ninguno de los dos nos levantamos a subirle el volumen y tirados en la cama pasamos la tarde. Es como si no tuviéramos ninguna carga. Ella me pide que le vuelva a contar mi camino al suicidio. Repito la historia y le agrego detalles que exageran. Nos reímos. De vez en cuando creo que todo lo que pasó es tan lejano. A veces sueño y me veo en la baranda del puente, pero es de día, hace calor y el sol se mantiene justo arriba de mi cabeza. La altura no me da miedo y el río está crecido pero a la vez calmo. Siento las gotas de sudor en mis mejillas y unas ganas terribles de tirarme, pero no quiero morir, solo tirarme y sentir la sensación de la caída, mi cuerpo a toda velocidad golpeando contra el viento, mis manos abiertas, el río extenso, crecido, calmo y fresco custodiado por miles de árboles que se extienden a lo largo del cauce y mueven sus hojas hacia el agua. Pero espero en la baranda y como cuando era niño enfrentó los rayos de sol y los miró de frente. Me enceguecen y una franja roja cruza mi mirada. Cuando recupero la vista el río está a tan sólo unos metros. Entonces me tiró y siento que el agua me refresca. No toco el fondo. Nado y estoy desnudo. El puente desaparece. Voy para un lado y para el otro hasta que la veo a la Petisa, también en el agua, que se acerca y me abraza. En la orilla está el Culón, tranquilo, mirando hacia el sur mientras el viento lo despeina. A veces aparece el Flaco y el Abuelo; y en otras el Culón se transforma en Hugo y todo parece tan tranquilo, que cuando despierto siento que descansé los suficiente, ni más ni menos y me levanto lleno de energía.

La Petisa prende un cigarrillo y con la mano le pido una seca. El humo se queda en el aire y lento se mueve hacía el techo resquebrajado de la habitación. Hilos de luz se reflejan en el piso y partículas de polvo sobrevuelan en su interior. Ella me pregunta por la revista. Le cuento la nota que voy a hacer sobre las personas que viven en la calle, que no son muchas pero detrás de ellos se esconden historias que nadie sabe si son ciertas o no. El fin de semana vamos a ir con el Flaco para hablar con el Come Perro. Su leyenda dice que ese tipo era ingeniero y que una vez volvía con su familia de Salta y antes de llegar a Mosconi, el auto mordió la banquina , se dio vuelta y terminó en una zanja. El Come perro manejaba, cuando recobró la conciencia, días después, en el hospital su mujer y sus hijas ya habían muerto. Sus cuerpos habían sido velados a cajón cerrado. Luego nadie sabe cómo terminó en la calle, viviendo en un vagón de tren y acusado de comer perros. Según un tío de la Petisa, una vez vio una cabeza de un rottwelier, sin los ojos, llenas de moscas cerca del vagón.
Todavía me acuerdo del miedo que le tenía mi hermano al Come Perro cuando pasaba por la cuadra de casa y las señoras comenzaban a chiflar a sus animales y los metían adentro. Mi hermano dejaba de jugar y se escondía en la pieza, debajo de la cama hasta que el linyera pasaba con sus bolsas y sus trapos viejos. Pero con el Flaco estamos seguros que hay algo más detrás de esa leyenda, y tal vez todo sea mentira.
También le cuento sobre la parte económica y de la gran publicidad de Casa Arguello. Euge se alegra y me da un abrazo, después se da vuelta y me pregunta si ya tenemos entrevistado. No respondo y estiro la mano y toco su espalda desnuda. Ella me mira, hace una seca y se ríe. Yo le digo que nos bañemos juntos, que la quiero besar a través del plástico trasparente como lo describe Casas en su poema. Ella apaga el cigarrillo en el cenicero y le tira un poco de agua de la botella para que sólo queden cenizas. Toma un poco del pico y me pregunta ¿quién es Casas? Un escritor, digo. Le cuento que Gabriel me prestó un libro y me encantó y en este momento con ella en la cama, todavía sudorosa, se me vino el poema a la cabeza. En el baño podemos hacer mejores cosas, dice y me acaricia el pelo. Sus rulos sueltos descansan sobre la almohada y de a ratos cuando el ventilador gira y nos da de frente las puntas se le levantan y pienso que podría estar toda mi vida así: tirado en la cama, desnudos, hablando de cualquier cosa o solo en silencio disfrutando de su compañía. Nunca me sentí así, le digo. Pero miento. O tal vez no. En la realidad le debería haber dicho que hace mucho que no me siento así.
La Petisa me da un beso largo y al rato se da vuelta. Cierra los ojos y yo me quedo observado su cintura tan perfecta. La dejo que duerma y miro al techo y pienso, no sé por qué en Ely. Será porque sé que esto con la Petisa son tan solos momentos, ella tiene novio y eso me lo aclaró desde un principio. Sin quererlo los ojos se me ponen rojos y me acuerdo de Ely, eso me hace bien.

La última vez que estuve con ella fue una locura. Yo cumplía veinte e hice una fiesta en mi casa. Ella estaba en el último año de la secundaría. Me sabía su número de memoria y esa tarde la hablé por teléfono. Le conté de la fiesta y le rogué de que viniera. Ella estaba de novia, y me dijo que iba a pasar a saludarme pero con su chico, un borracho conocido que cuando tomaba de más se ponía violento y por lo general siempre perdía las peleas que ocasionaba.
Esa noche mi casa estaba llena de gente, muchos amigos y un montón de conocidos. En la heladera y el freezer se apilaban cajones de cerveza, y en la mesa de afuera había varias botellas de fernet, piña colada y hasta tequila que era servido por mi primo en una taza pequeña que mi mamá usaba para tomar el té. Y como si esto fuera poco, mis viejos estaban en Salta. Lo que ocurrió antes de que me cruzara con ella en el baño no vale la pena contarlo. Solo digo que ella pasó a saludar y al final decidió quedarse. Para no olvidar esa noche, en una agenda roja lo escribí. Tiempo después un profesor de literatura que lo leyó me dijo que le hacía recordar el porno español. No lo entendí muy bien pero la historia la conté así:

Miro mis ojos en el espejo de cuerpo entero que queda en el pasillo que da al baño. Con mi mano derecha sostengo un vaso chopero con un litro de cerveza. Tomo un trago y espero. Siento la puerta del picaporte del baño y hago un paso al costado para verla de frente. Ely sale y me mira de pie a cabeza. Hace un gesto despectivo con sus hombros y su quijada y me pregunta:
- ¿Qué haces acá?
- Te espero- digo.
Ella se mira en el espejo del lavamanos y se acomoda el escote y estira su rostro hasta quedar casi pegada a su reflejo. Con su dedo se limpia el delineador corrido del ojo izquierdo. Le paso el vaso y sin mirarme lo recibe y bebe. La cerveza baja considerablemente. Me devuelve el vaso e intenta pasar. Apoyado en la pared la detengo.
- Permiso- dice e intenta caminar hacía el pasillo y roza su cadera y su pierna con mi cuerpo. Lleva un pantalón ajustado color oro que tiene cierre al costado. La tomo de la mano y la traigo hacía mi. Siento sus dedos largos y finos que se intentan soltar de mi mano y al fin pasa del otro lado. Veo su pelo rubio, largo y suelto que pasa tan cerca de mi boca y disfruto de su perfume, seguramente importado.
- Espera, que rico perfume, dejame adivinar, Carolina Herrera- digo.
- Kenzo-
- No te vayas-
- Dejame. Estoy con Hernán-
- Hernán no sabe ni como se llama- digo y ella se queda callada y mira para abajo y la siento vulnerable. La tomo de la mano. No hablo más de Hernán. Cuando era chico un compañero de inglés me enseñó que nunca había que hablar de los novios de las chicas que queríamos conquistar.
La puerta del comedor se abre, se siente una ráfaga de cumbia, gritos de chicos y un pibe desconocido para ambos pregunta dónde es el baño y pasa. Ely se asusta. Tranquilo la llevo hasta una de las piezas. Al principio no se resiste, pero en la puerta me dice:
- Para, no seas hijo de puta. Hernán está atrás, y sabés lo loco que es. Además no se merece esto. Otro día vuelvo.
Pero es su último acto de resistencia. Entramos y nos sentamos en la cama en medio de la oscuridad mirando hacia la puerta. Apoyo mis manos sobre sus piernas y ella sus manos sobre las mías.
La puerta de comedor vuelve a abrirse, sentimos el sonido de las bisagras gastadas y de unos tacos que chocan contra el piso. Una voz de mujer pregunta por Ely.
Veo su mirada de preocupación y sus ganas de dejar la habitación pero no en este momento, con sus amigas dando vuelta por ahí.
Hago un trago y le paso el vaso. No sé por qué siempre pensé que la manera más fácil para llevar a una mujer a la cama es dándole cerveza.
Me acerco aún más y con mis dedos peino su flequillo y veo sus ojos que intentan esquivar mi mirada. Busco su boca, la encuentro y siento el gusto dulzón en sus labios, tal vez a causa de la piña colada o el fernet con coca. Ella abre apenas su boca al principio pero al rato siento su lengua. Como extrañaba sus besos, pienso y la abrazo fuerte.
Paso mis manos por su espalda y bajo hasta su cintura. Levanto su estrapless y siento su piel cálida y suave. Respira con profundidad, yo hago lo mismo. La suelto por un momento y me mira con ojos tiernos. Le saco la remera y ella levanta los brazos largos y delgados y la prenda se desliza por su tronco, cuello, cabeza y se engancha entre las ondas doradas y brillantes. Veo su corpiño negro con aros plateados en la parte inferior y con la ayuda de mis dos manos lo desprendo.
Tengo ganas de prender la luz pare ver sus tetas grandes y abiertas pero ella no me deja.
- Sigamos así- me dice y me besa. Pasa su dedos por mi cabellos y en la parte de atrás, de forma suave pero con cierto grado de violencia me tira de un mechón y me cabeza se va ligeramente hacía atrás.
Estira la sabana, deja a un costado la cubrecama y se recuesta. Me tiro a su lado y beso sus pechos. Los pezones son grandes y rozados. La puerta del living vuelve a sonar y de atrás se escuchan vidrios rotos. En ese momento no me importa la casa, los vasos, los muebles, los borrachos que seguramente estarán vomitando todo y sigo con mi boca abierta y mi lengua hasta su vientre. Ella lanza su primer gemido. Le desabrocho el pantalón. Ella me ayuda a sacarselo levantando primero sus nalgas y después sus piernas. Sus zapatos quedan uno debajo de la cama y el otro cerca del ropero.
- Cerrá la puerta con llave- dice.
- Está cerrada-
- ¿Con llave?-
- Si-
- Trabála con la mesa-
Me paró y voy hasta la ventana. Desabrocho mi camisa y con el pie corro la mesa de luz y trabo la puerta. Me desvisto, prendo la tele y pongo cualquier canal. Dejo uno de video clips y no importa que están pasando, solo quiero la luz de la televisión para que ilumine su cuerpo.
Me coloco arriba suyo y mis dedos buscan su concha húmeda. Ella vuelve a gemir cuando siente mi dedo; lo hace despacio y cerca de mi oído para que nadie la escuche, solo yo. La puerta del living vuelve a abrirse y siento que choca contra la pared y el ruido retumba en el pasillo. Los pasos son firmes y rápidos. Luego el sonido de la puerta del baño, algo que se cae, la puerta de mi hermano y de a poco una sombre se forma debajo de la puerta.
Es su novio, pienso y Hernán gira el picaporte y se encuentra con la cerradura con llave. Una y otra vez mueve la manija y comienza a golpear la puerta. Siento como tira para atrás y para adelante del picaporte y grita desaforadamente el nombre de Ely.
Me intento levantar no sé para qué y ella me detiene y me susurra al oído:
- No pares- Y yo sigo mientras Hernán continúa pateando la puerta.

La Petisa abre sus ojos y se da vuelta, me mira un rato y me pregunta en qué estaba pensando. No le contesto y le pido un cigarrillo. Estira su mano hasta la mesa de luz, agarra la etiqueta da malboros y me lo pasa. Busco el encendedor y prendo uno. Ella mira la hora en su celular y me pregunta si todavía tengo ganas de que nos bañemos juntos. Hago dos secas, le paso el cigarrillo y le digo que sí. Que todavía tengo ganas de besarla a través del plástico trasparente.