Primera parte
Los gritos despertaron a Gaspar, el más chico de nuestros hijos. Brenda lo alzó en brazos y lo llevó a la pieza. Terminé de secar los platos y dejé el repasador tirado arriba de la mesa. Puse los cerrojos a la puerta y la trabé con la mesa y el sillón.
Entré al dormitorio y me saqué los zapatos, la camisa y el pantalón. Dejé las prendas arriba de una silla. Me recosté y cerré los ojos. Todavía me dolía la espalda pero no tenía ganas de buscar una aspirina. Al rato apareció Brenda. Se desvistió junto al ropero. Se sacó el jeans y ví cómo todavía sus muslos se mantenían firmes. De uno de los cajones tomó una crema, la apretó y salió un poco que se lo frotó en las piernas y los brazos. Se puso la misma remera con la que dormía todas las noches y se acostó dándome la espalda. Sentí su cuerpo tibio y suave. Estiré mi mano para acariciar su cadera pero ella la quitó. Quiero dormir, dijo. No insistí, me di vuelta y pensé cuándo fue que nos volvimos así.
Nos levantamos cerca de las diez, antes de que sonara el despertador. Estábamos invitados a comer a lo de mis padres. Brenda fue hasta la cocina y preparó el desayuno. Calentó leche, cortó rodajas de pan y las puso en una fuente al horno. Cuando todo estaba listo llamó a los chicos. Gaspar apareció con todos los pelos parados y se sentó en la mesa. Envolvió la taza con sus manos para darse calor. Juan, el mayor de nuestros hijos, no podía quitarse el sueño y bostezaba a cada rato. Antes de sentarse se frotó los ojos con sus puños. Unté tostadas con mermeladas para Gaspar, y con manteca para Juan.
Mientras desayunábamos, los chicos empezaron con las preguntas interminables. Sus miles de ¿por qué esto?, ¿por qué lo otro?. Brenda, con paciencia, contestó cada una de las dudas. Respondió las que sabía, inventó las que desconocía. Fue encantadora como solía ser.
Cerca del mediodía empezamos a prepararnos. Buscamos las camperas de los chicos, les pusimos los puloveres nuevos y las zapatillas de salir que le regalaron sus abuelos. Lavé sus caras, dientes y los peiné, aunque se quejaron de que les dolía cuando intentaba darle una forma más presentable a sus rulos.
Brenda volvió a la cocina. Levantó las tazas y pasó una rejilla sobre la mesa. Fue hasta la pileta, desde ahí me llamó. Me acerqué desde atrás y apoyé mi cuerpo sobre el suyo. La besé en la mejilla y ella sonrió. Siguió lavando y me pidió que me ubicara a un costado.
- No voy-dijo, y siguió con la esponja llena de espuma.
- ¿Qué?
- No tengo ganas. Andá con los chicos. Me quedo.
- ¿Qué tenes que hacer?
- Nada. Qué ahora no puedo quedarme un día en mi casa.
- Estas siempre acá.
Tuve ganas de mandarla a la mierda. De romperle la maldita taza en la cara, pero no hice nada de eso. Solo me alejé. La miré con los ojos resignados. No quería discutir otra vez. Además era tarde y Gaspar me esperaba en la puerta. Ella nos acompañó hasta la vereda y les dio besos y abrazos a los chicos.
Segunda parte
En la parada de colectivo, Juan me pregunto por qué su Mama no venía. Se siente mal, pero no es nada, le dije y le arreglé el cuello de la campera.
Como nunca, el colectivo pasó a los cinco minutos. Los chicos extendieron sus pequeños brazos para que el coche se detuviera. Subimos. Le di un cospel al conductor. Nos sentamos en un asiento doble. Gaspar iba en mi falda y Juan al lado nuestro. En el recorrido el colectivo se llenó. Una señora de unos cincuenta años subió y caminó de un lado a otro buscando un lugar vacío. Fue hasta donde estábamos nosotros y preguntó:
- ¿El chico paga?
- Disculpe.
- ¿Tiene boleto el chico?
- No.
- Súbalo a su falda entonces, que me quiero sentar.
- No ve que ya tengo un chico en la falda.
- Ese es su problema.
- Señora- se escuchó una voz de fondo- siéntese acá. Ya me bajo.
La señora fue para el fondo y la joven le dio el asiento.
- Gracias- dije, mirando a la chica.
- Que vieja chota-me susurró.
- ¿Qué dijo papá?
- Que la señora esta chocha.
Juan se sentó de nuevo. Miré hacía atrás. Nuestras miradas se cruzaron y echamos a reír.
Mis padres nos esperaban con la comida lista. Mi madre, al verme entrar solo, agachó la cabeza y siguió poniendo la mesa. No pidió explicaciones, lo había echo ya varias veces.
Almorzamos milanesas con puré. Mamá se encargó de cortarle en trozos la carne a Gaspar y servirle jugo. Yo estaba callado. Me preguntaron por el trabajo pero contesté otra cosa. Me serví un vaso de vino y pregunté dónde estaba el diario. Quería leer los clasificados.
De postre, los chicos comieron chocolates y se ensuciaron las manos y la cara. Papá los limpió con una servilleta de papel y le dio un beso en la frente a cada uno. Me fui al sillón y me senté. Abrí los clasificados para ver qué había: Contadores, Ingenieros, Abogados, Farmacéuticos, Abogados, Vendedores y más vendedores. Nada, como siempre.
A eso de las tres de la tarde mis padres se fueron con Juan y Gaspar al shopping. Antes de salir le dije a los chicos que se portaran bien y que le hagan caso a sus abuelos.
Prendí la tele del living. No podía dejar de pensar en Brenda. Decidí llamarla. El teléfono sonaba pero nadie atendió. Intenté dos veces más. Cuando iba a llamarla al celular, del otro lado del tubo Brenda dijo hola con la voz entrecortada. ¿Qué te pasa?, pregunté. Y ella echó a llorar. Dijo lo que dice siempre en estas ocasiones. Tragué saliva y la escuché. Antes de despedirme dije que la amaba. También tenía ganas de llorar pero aguanté. Fui hasta mí antigua pieza y ví mi título colgado en la pared. Me detuve en los detalles, en la firma del Rector, del Decano, los bordes. Después cerré las persianas, me acosté e intenté dormir. Necesitaba descansar de todo lo que nos pesaba.
A eso de las siete de la tarde volvieron. Gaspar y Juan entraron corriendo con sus manos llenas de juguetes y golosinas. Me mostraron todo lo que sus abuelos le habían regalado. Me contaron lo que hicieron, a los juegos que subieron: el pelotero, los autitos chocadores. Entonces Gaspar me mostró su codo raspado y yo acerqué mi boca, soplé y le dije que pronto le dejaría de doler.
Mamá preparó la leche y llamó a los chicos a la cocina. Se pusieron a ver televisión junto a su abuelo. Juan le explicaba por qué el Power Ranger rojo era el más poderoso y papá lo escuchaba con atención. Al terminar sus vasos de leche, mamá le regaló más chocolates. Para que dure toda la semana, dijo.
Ya de noche, mi padre nos trajo a casa en el auto. Gaspar y Juan venían en el asiento de de atrás, recostados, con cara de sueño. En el camino hablamos de tenis y de fútbol. Después mi padre mencionó el barrio.
- Deberías buscar algo cerca de casa- dijo.
- Ya hablamos de esto, y sabes que no podemos.
- Nosotros te podemos ayudar, como lo hacemos con tu hermano.
- Con lo que me ayudan esta bien.
Llegamos. La luz del living estaba prendida. Una cortina se corrió y apareció el rostro de Brenda. Mi padre no quiso bajar a saludarla, se despidió de sus nietos con un beso y me saludó con un abrazo. Bajé del auto. Cuando entraba a casa escuche la bocina. Bajó el vidrio y con su mano me llamó. Me ubiqué al lado de la ventana y me agaché para que pudiera ver mi rostro. El extendió su mano y me puso trescientos pesos en el bolsillo de la campera.
Para los chicos, dijo y se fue.-
En la parada de colectivo, Juan me pregunto por qué su Mama no venía. Se siente mal, pero no es nada, le dije y le arreglé el cuello de la campera.
Como nunca, el colectivo pasó a los cinco minutos. Los chicos extendieron sus pequeños brazos para que el coche se detuviera. Subimos. Le di un cospel al conductor. Nos sentamos en un asiento doble. Gaspar iba en mi falda y Juan al lado nuestro. En el recorrido el colectivo se llenó. Una señora de unos cincuenta años subió y caminó de un lado a otro buscando un lugar vacío. Fue hasta donde estábamos nosotros y preguntó:
- ¿El chico paga?
- Disculpe.
- ¿Tiene boleto el chico?
- No.
- Súbalo a su falda entonces, que me quiero sentar.
- No ve que ya tengo un chico en la falda.
- Ese es su problema.
- Señora- se escuchó una voz de fondo- siéntese acá. Ya me bajo.
La señora fue para el fondo y la joven le dio el asiento.
- Gracias- dije, mirando a la chica.
- Que vieja chota-me susurró.
- ¿Qué dijo papá?
- Que la señora esta chocha.
Juan se sentó de nuevo. Miré hacía atrás. Nuestras miradas se cruzaron y echamos a reír.
Mis padres nos esperaban con la comida lista. Mi madre, al verme entrar solo, agachó la cabeza y siguió poniendo la mesa. No pidió explicaciones, lo había echo ya varias veces.
Almorzamos milanesas con puré. Mamá se encargó de cortarle en trozos la carne a Gaspar y servirle jugo. Yo estaba callado. Me preguntaron por el trabajo pero contesté otra cosa. Me serví un vaso de vino y pregunté dónde estaba el diario. Quería leer los clasificados.
De postre, los chicos comieron chocolates y se ensuciaron las manos y la cara. Papá los limpió con una servilleta de papel y le dio un beso en la frente a cada uno. Me fui al sillón y me senté. Abrí los clasificados para ver qué había: Contadores, Ingenieros, Abogados, Farmacéuticos, Abogados, Vendedores y más vendedores. Nada, como siempre.
A eso de las tres de la tarde mis padres se fueron con Juan y Gaspar al shopping. Antes de salir le dije a los chicos que se portaran bien y que le hagan caso a sus abuelos.
Prendí la tele del living. No podía dejar de pensar en Brenda. Decidí llamarla. El teléfono sonaba pero nadie atendió. Intenté dos veces más. Cuando iba a llamarla al celular, del otro lado del tubo Brenda dijo hola con la voz entrecortada. ¿Qué te pasa?, pregunté. Y ella echó a llorar. Dijo lo que dice siempre en estas ocasiones. Tragué saliva y la escuché. Antes de despedirme dije que la amaba. También tenía ganas de llorar pero aguanté. Fui hasta mí antigua pieza y ví mi título colgado en la pared. Me detuve en los detalles, en la firma del Rector, del Decano, los bordes. Después cerré las persianas, me acosté e intenté dormir. Necesitaba descansar de todo lo que nos pesaba.
A eso de las siete de la tarde volvieron. Gaspar y Juan entraron corriendo con sus manos llenas de juguetes y golosinas. Me mostraron todo lo que sus abuelos le habían regalado. Me contaron lo que hicieron, a los juegos que subieron: el pelotero, los autitos chocadores. Entonces Gaspar me mostró su codo raspado y yo acerqué mi boca, soplé y le dije que pronto le dejaría de doler.
Mamá preparó la leche y llamó a los chicos a la cocina. Se pusieron a ver televisión junto a su abuelo. Juan le explicaba por qué el Power Ranger rojo era el más poderoso y papá lo escuchaba con atención. Al terminar sus vasos de leche, mamá le regaló más chocolates. Para que dure toda la semana, dijo.
Ya de noche, mi padre nos trajo a casa en el auto. Gaspar y Juan venían en el asiento de de atrás, recostados, con cara de sueño. En el camino hablamos de tenis y de fútbol. Después mi padre mencionó el barrio.
- Deberías buscar algo cerca de casa- dijo.
- Ya hablamos de esto, y sabes que no podemos.
- Nosotros te podemos ayudar, como lo hacemos con tu hermano.
- Con lo que me ayudan esta bien.
Llegamos. La luz del living estaba prendida. Una cortina se corrió y apareció el rostro de Brenda. Mi padre no quiso bajar a saludarla, se despidió de sus nietos con un beso y me saludó con un abrazo. Bajé del auto. Cuando entraba a casa escuche la bocina. Bajó el vidrio y con su mano me llamó. Me ubiqué al lado de la ventana y me agaché para que pudiera ver mi rostro. El extendió su mano y me puso trescientos pesos en el bolsillo de la campera.
Para los chicos, dijo y se fue.-
1 comentario:
¡Cuanta realidad junta! Duele verla (y leerla) entre un montón de líneas. Tal cual, la vida.
Gracias por la lectura. Te esperamos por nuestro blog.
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