viernes, 31 de octubre de 2008

Tartagal queda cerca de Yacuiba, y Yacuiba queda cerca de Tartagal



A una cuadra de la Terminal de Tartagal los remises esperan en fila que sus butacas se llenen de personas. Los chóferes se sientan, con sus panzas grandes e hinchadas, y esos lentes que le cubren la mitad de la cara bajo las ramas de un árbol. Chupan coca con bica, conversan y ríen. A veces, juntan monedas y uno de ellos se cruza al negocio del frente y compra una coca en envase retornable.
En la esquina, el choripanero le tira agua a las brasas encendidas que quedaban y se va. A la tarde, vendrá la chica de las tortillas.
En Tartagal, la gente que no tiene auto, camina con sus bolsas, y si tienen plata le dicen al chofer:
- Don, avísenme cuando salga- Y se apoyan en la pared del hospital, y esperan que otras tres personas hagan lo mismo para partir hacía Yacuiba.

Otros, menos afortunados se van en el lechero, y entran a La Virgen de la Peña, Aguaray, Campo Duran, paran en Gendarmería y un viaje de cuarenta minutos lo hacen en dos horas.

Tartagal queda cerca de Yacuiba, y Yacuiba queda cerca de tartagal. Pero antes de llegar a Yacuiba hay que pasar por Salvador Maza, que todos conocen como Pocitos Argentinos, y mostrarle el documento a los gendarmes que con un gesto te dicen adelante, y pasás por un pasillo sin ningún problemas mientras ves como del otro lado más gendarmes con caras recias le piden a las señoras y a los señores de rostros gastados que le muestren sus paquetes, y meten mano en los bolsos y las bolsas y sacan etiquetas de cigarrillos que luego, en sus ratos libres, apostaran en una mano de loba. Los gendarmes se cansan de decomisar este tipo de cosas mientras que la cocaína pasa en los acoplados de los camiones mezclada entre los alimentos y la madera.

Los días de calor la espera se vuelve insoportable, y a veces la cola llega al puente que pasa sobre un río de basura, de pañales usados, de botellas vacías, de bolsas de plásticos, de cajas de reproductores de dvd, televisores, equipos de música y todo otro artefacto eléctrico que deba pagar impuesto y que los bagalleros te lo pasan a un precio módico. El puente es el límite, de un lado está Pocitos Argentinos, y del otro, Pocitos Bolivianos.
Allí, en Pocitos Bolivianos los puestos se extienden a los largo de las calles, y hay ropa colgada de todos lados: vaqueros, remeras, buzos, zapatillas de todas las marcas y colores. Un hombre se acerca y ofrece medias, pañuelos y repasadores. Tres por diez amigo, lleve, lleve, dice. Los cd de músicas y películas se proyectan en cualquier parte y la gente compra estrenos que ni llegaron a Argentina.
En la calle, en los únicos lugares en que no hay puestos están los taxis que se llenan de personas y a toda velocidad salen sin frenar en las esquinas, solo tocando bocina.

Después de esto, después de todo esto, de gotas de sudor, de viajes, de gendarmes con botas lustradas y caras recias, de rutas y puentes, de taxis y ventanas abiertas, de tierra, de niños envueltos en frazadas durmiendo entre las remeras, de jugos de tamarindo en bolsas y pajitas, de películas truchas, de olor a pollo con ají y pescado, uno llega a Yacuiba.

martes, 21 de octubre de 2008

Me quieren robar, los quiero enfrentar. Última parte


Es un domingo, triste, como son los domingos. Mañana, me tengo que levantar a las seis de la mañana, como todos los lunes y martes. A veces, pienso que es una tortura para los chicos y profesores entrar tan temprano a dar clases (7:00).
Me acuerdo que necesito la cámara digital para sacarle un par de fotos a la escuela. Estoy haciendo un trabajo para el Trayecto Pedagógico.
Le mandó un mensaje a mi hermano y le pido prestada la cámara, le digo que en un rato paso a buscarla. Me dice: ok.
Mi novia acomoda sus cosas, mete sus libros en una bolsa blanca y sus cremas en un bolso azul. Se va a su departamento. Salimos los dos, le digo que caminemos hasta la casa de mi hermano y que de ahí ella se tome el cole hasta su casa.
Ella tiene miedo, después de lo que le pasó a mi vieja está asustada. Salimos de casa y vemos el boulevard vacío. Un par de autos a toda velocidad pasan rumbo a Duarte Quiroz.
Mi novia mira para todos lados. Cruzamos hacía el Boulevard y bajamos hacía Colón. No llegamos ni a la esquina y veo que un taxi dobla en U y prende las balizas para frenar cerca de mi casa. De la villa, del descampado, del callejón salen a toda velocidad dos pibes. En segundos llegan hasta el baldío que queda en la esquina de mi casa. El taxi frena y se prende la luz de adentro. Uno de los pibes se esconde en el baldío y el otro camina y pasa la altura del taxi. Me doy cuenta que quieren hacer la misma maniobra que le hicieron a mi vieja. Entonces me detengo, me acerco y los veo y ellos me ven. Traspiro, pero no me alejo, la señora baja y le grito: CUIDADO, LE QUIEREN ROBAR. Y el flaco que había pasado la altura del taxi y esperaba entre las sombras agazapado para saltar y robar una cartera más se hace el boludo y se pierde por la otra esquina. La señora no entiende nada, no se si me escuchó pero entra rápido a su casa. Ahora solo quedamos el pibe del baldío y yo.

- Que mira, raja de acá, me dice.
- A vos te miro, hijo de puta.
Mi novia tiembla y llora. ¿Qué haces, qué haces? Me dice una y otra vez. Corramos, corramos. Lo veo al flaco y es una larva, y sé que es el mismo que arrastró a mi vieja en la puerta de mi casa. Tengo ganas de cruzarme y cagarlo a trompadas. No se pelear, pero soy más alto, mas pesado y más fuerte que él.
Me acerco unos pasos y veo al flaco que se agacha y rompe algo en el piso, luego se levanta y tira pedazos de cemento que rebotan en el piso mientras corre hacía el callejón. Intento cubrirme detrás de un árbol pero las piedras siguen cayendo y en el suelo se parten y los pedazos salen para todos lados. Uno de ellos me pega en el tobillo y veo la mancha blanca en el jeans y siento un calor que se prolonga por toda la pierna y grito hijo de puta. Mi novia, en un ataque de nervios comienza a correr y yo que quiero seguirlo al flaco, hago lo mismo que ella. Corremos dos cuadras y las piedras siguen cayendo y algunas nos pasan cerca y mi novia llora y levanta la manos como queriéndose cubrir la cara.
Terminamos en la estación de servicio de la Colón. Ella todavía llora y me putea. Llamo a la policía y cuento lo que pasó.
Al rato otro flaco se para en la esquina de la estación y me mira fijo, yo hago lo mismo. Este es más grande pero tengo ganas de encararlo, con tanta gente y tanta luz no me va a hacer nada, pienso, pero mi novia no aguanta más. Quiere que tomemos un taxi y nos vayamos de aquí. Es lo que hacemos. En taxi buscamos la cámara y después las llaves del auto.

La CAP
Salimos con mi primo y mi novia rumbo a Nueva Córdoba. A tres cuadras de mi casa vemos una camioneta de la CAP. Prendo las balizas y me bajo a hablar con los oficiales. Le cuento que pasó, y uno de ellos me dice: no te preucupés, acá tengo seis cartuchos para fundirlos a esos negros de mierda.
No le contesto, pero tengo ganas de decirle que en realidad no quiero que lo maten, solo quiero que ustedes, los policías se dejen de hacer los pelotudos.

miércoles, 15 de octubre de 2008

12 de octubre, nada que festejar


Por lo general los actos en mi escuela son cortos, aburridos y políticamente correctos.
El último acto que presencie fue el de Sarmiento. Lo mismo de siempre, el gran maestro, él que nunca faltó a la escuela, el padre de la educación, un par de poesías, palabras alusivas bien chotas y el sonido que no anda, y la vice que es la encargada de leer el discurso se pone nerviosa y los chicos se ríen porque el micrófono se acopla, y ella que se enoja mucho, muchísimo y termina diciendo el discurso sin el micrófono y después en la sala de profesores llora y se calienta con todos.

La vice es del área de lengua, yo, el profe de lengua 08, también. Ella quiere que el acto del doce de octubre salga a la perfección. Como lo organiza mi área, me pongo el acto al hombro, con una sola condición: que sea políticamente incorrecto. La vice acepta a media, yo escribo el discurso, hablo con tres alumnos de quinto año y junto a ellos trabajamos dos semanas en el acto. Los pibes son unos grosos, probamos el sonido, armamos el cañón, bajamos videos de you tube, armamos una pantalla; buscamos alguien que cante, un par de bailarines, y finalizamos con malambo.

Después de soñar dos semanas con la escuela, la vice enojada, y el acto que se cae a pedazos llega el día. Hoy fue el día, y gracias a los pibes que me ayudaron con el acto, los que cantaron y bailaron todo salió bien. Al final nos abrazamos y me sentí totalmente orgullos de ellos, y ellos se sintieron orgullos por el acto.

Discurso, nada que festejar



Cuando era chico, así de chico, me contaron que después de 73 días de navegación los marineros españoles vieron gaviotas que volaban sobre la proa del barco y se dieron cuenta de que estaban cerca. Un tal Juan Rodríguez Bermejo, a las dos de la mañana de una noche oscura y cerrada, imagino, gritó con todas sus fuerzas: Tierra. Tierra
Era un 12 de Octubre de 1492, y supuestamente tres carabelas llamadas la Santa Maria, La Pinta y La Niña, comandadas por Cristóbal Colón habían descubierto América.

Pero yo me pregunto ¿Qué descubrieron? ¿Qué descubrieron? Acaso la gente que vivía en ese lugar ¿era ciega? Acaso no existían culturas milenarias que habían construidos ciudades como Tenochtitlan donde vivían más de quinientas mil personas, mientras que en Europa, en la vieja Europa, sus ciudades no pasaban de los veinte mil habitantes porque sino se morían de pestes y de hambrunas.

De más grande, me dijeron que la llegada de Colón fue la unión de dos mundos. Me hablaron de Colón, de Cortés, de Pizarro y de Almagro. De su espíritu aventurero, de sus historias, de sus viajes y de sus crónicas. Nadie me dijo, que Colón, Cortés, Pizarro, Almagro y todos los que llegaron después, soñaban con oro, ansiaban el oro, deseaban el oro, imaginaban una ciudad construida de oro, con palacios, calles y hasta personas de oro. Y que, por el oro, por las riquezas de nuestro continente, quemaron ciudades enteras, mataron, destruyeron civilizaciones, torturaron y violaron indígenas, y lo dejaron sin nada, pero nada. Se llevaron sus riquezas, sus frutos, sus mujeres y su cultura. Le quitaron sus formas de expresarse, su lengua, su religión y hasta su vida.

Con esta información aún adolescente, como ustedes me pregunté ¿Por qué hay que festejar el comienzo de algo tan cruel para nuestro continente?

Algunas personas justificaron la llegada de los españoles, con la idea de que los habitantes originarios de estas tierras eran muy crueles. Me dijeron que sacrificaban gente. Que en cada ritual elegían una persona y la mataban en tributo a los dioses. Que les sacaban el corazón y se lo comían, y después bebían la sangre.

Pero me pregunto, acaso no fue más cruel llegar a cada ciudad de nuestro continente y poner una horca en medio de cada plaza y que las cabezas de los INCAS, LOS TOBAS; LOS AYMARAS volaran por los aires. O acaso no es cruel, aún en la actualidad que en muchos lugares de Estados Unidos la pena de muerte siga vigente, y que se atribuyan el derecho de quitar la vida con una inyección letal, al margen de lo que cada individuo juzgado haya echo.

Lo cierto es que en ese supuesto encuentro de culturas, 55 millones de indígenas, sí 55 millones de indígenas fueron exterminados y con ellos su sociedad y su cultura. Los dejaron si nada y los dueños originarios de estas tierras pasaron a ser nadies.

Hoy, después de más de 500 años, la dominación sigue. Y los nadies, los indígenas siguen sufriendo. Le quitan lo que más valoran, sus tierras y los echan con topadoras y policías, son los olvidados, los discriminados. Los que se mueren sin importarle a nadie.

Lo siento chicos, este es el país, el mundo que les dejamos. Por eso, como adulto, como profesor, como persona, a cada uno de ustedes le pido disculpas. Disculpas por no haber echo algo más, alguito más aunque sea, para poder dejarle un lugar mejor.
Es por esto, por ustedes, y especialmente por los nadies, los olvidados, que debemos crear una conciencia crítica y solidaría. Aceptar las diferencias, y sentirnos todos partes de una misma identidad. Todos partes de un mismo lugar. Este lugar es América Latina.
Por América Latina sufrida, que derramó tanta sangre de sus venas. Por América Latina vaciada de sus riquezas. Por nuestra América Latina, por sus habitantes. Por lo más pobres, los más jodidos, los que nadie quieren ver, los que no cuentan, los discriminados, los explotados, los privados de sus derechos, los ignorados, los excluidos, los que gimen por justicia y sueñan con dignidad, los que gritan Ya Basta, los que mueren de hambre, los que padecen el abuso.
A ellos, con ellos y para ellos, nunca más,
Nunca más un 12 de Octubre alusivo.
No hay nada que festejar

Muchas Gracias.










jueves, 2 de octubre de 2008

Me quieren robar, los quiero enfrentar. Parte dos




Mi hermano más chico llega con Mamá del dermatólogo. Estaciona el auto al frente de casa para que Mamá baje. Ella tiene una cartera, es nueva, se la regalaron sus amigas. Mi hermano pone la baliza y observa como los autos pasan cerca del espejo del conductor. Mamá abre la puerta, baja despacio, lo saluda a mi hermano que se va a la facultad. Cierra la puerta y camina rumbo a la puerta de casa. Busca en su bolsillo la llave. Un flaco la está esperando, escondido entre los autos estacionados en el taller de al lado espera su momento; lo ve, se abalanza, a toda velocidad llega y le agarra la cartera, en un reflejo instintivo Mamá la agarra más fuerte, la resguarda entre sus brazos; entonces el pibe tira y tira y Mamá cae sobre su rodilla derecha y la arrastra un par de metros hasta que logra sacarle la cartera. Mamá queda tirada en el piso, y de la pierna le cae un hilo de sangre y su codo se pone rojo y los restos de la suciedad de la vereda se desparraman por su ropa y sus brazos.
Todo pasa en un segundo. Mi hermano se baja del auto y lo corre. El flaco va hasta la esquina, allí lo espera otro con piedras en la mano. Agarran el descampado y por atrás mi hermano grita los documentos, los documentos, se meten en el mismo callejón y mi hermano se para, toma aire, sus ojos se llenan de lágrimas. Siente impotencia, vuelve a la puerta de casa. Mamá ya está parada, los mecánicos del taller que todos los días estacionan sus autos en nuestra vereda, la dueña del negocio al cual le compramos a la mañana, a la tarde y a la noche, los vecinos que te saludan con buen día, recién aparecen, cuando todo ya pasó. Cuando los pibes ya le sacaron la cartera a mi vieja y la arrastraron por el piso dejándole moretones en la rodillas y brazos. Recién ahora aparecen para preguntar ¿cómo está?…¿qué pasó?…¿cómo fue?. ¿Por qué no hicieron nada?, me pregunto después.
Mi hermano abraza a mama y los dos, juntos, lloran. Por qué te hicieron eso, dice, y por qué te hicieron eso, repite.