miércoles, 17 de diciembre de 2008

lunes, 8 de diciembre de 2008

Cuando fue que nos volvimos así




Primera parte


Los gritos despertaron a Gaspar, el más chico de nuestros hijos. Brenda lo alzó en brazos y lo llevó a la pieza. Terminé de secar los platos y dejé el repasador tirado arriba de la mesa. Puse los cerrojos a la puerta y la trabé con la mesa y el sillón.
Entré al dormitorio y me saqué los zapatos, la camisa y el pantalón. Dejé las prendas arriba de una silla. Me recosté y cerré los ojos. Todavía me dolía la espalda pero no tenía ganas de buscar una aspirina. Al rato apareció Brenda. Se desvistió junto al ropero. Se sacó el jeans y ví cómo todavía sus muslos se mantenían firmes. De uno de los cajones tomó una crema, la apretó y salió un poco que se lo frotó en las piernas y los brazos. Se puso la misma remera con la que dormía todas las noches y se acostó dándome la espalda. Sentí su cuerpo tibio y suave. Estiré mi mano para acariciar su cadera pero ella la quitó. Quiero dormir, dijo. No insistí, me di vuelta y pensé cuándo fue que nos volvimos así.

Nos levantamos cerca de las diez, antes de que sonara el despertador. Estábamos invitados a comer a lo de mis padres. Brenda fue hasta la cocina y preparó el desayuno. Calentó leche, cortó rodajas de pan y las puso en una fuente al horno. Cuando todo estaba listo llamó a los chicos. Gaspar apareció con todos los pelos parados y se sentó en la mesa. Envolvió la taza con sus manos para darse calor. Juan, el mayor de nuestros hijos, no podía quitarse el sueño y bostezaba a cada rato. Antes de sentarse se frotó los ojos con sus puños. Unté tostadas con mermeladas para Gaspar, y con manteca para Juan.
Mientras desayunábamos, los chicos empezaron con las preguntas interminables. Sus miles de ¿por qué esto?, ¿por qué lo otro?. Brenda, con paciencia, contestó cada una de las dudas. Respondió las que sabía, inventó las que desconocía. Fue encantadora como solía ser.

Cerca del mediodía empezamos a prepararnos. Buscamos las camperas de los chicos, les pusimos los puloveres nuevos y las zapatillas de salir que le regalaron sus abuelos. Lavé sus caras, dientes y los peiné, aunque se quejaron de que les dolía cuando intentaba darle una forma más presentable a sus rulos.
Brenda volvió a la cocina. Levantó las tazas y pasó una rejilla sobre la mesa. Fue hasta la pileta, desde ahí me llamó. Me acerqué desde atrás y apoyé mi cuerpo sobre el suyo. La besé en la mejilla y ella sonrió. Siguió lavando y me pidió que me ubicara a un costado.

- No voy-dijo, y siguió con la esponja llena de espuma.
- ¿Qué?
- No tengo ganas. Andá con los chicos. Me quedo.
- ¿Qué tenes que hacer?
- Nada. Qué ahora no puedo quedarme un día en mi casa.
- Estas siempre acá.

Tuve ganas de mandarla a la mierda. De romperle la maldita taza en la cara, pero no hice nada de eso. Solo me alejé. La miré con los ojos resignados. No quería discutir otra vez. Además era tarde y Gaspar me esperaba en la puerta. Ella nos acompañó hasta la vereda y les dio besos y abrazos a los chicos.
Segunda parte

En la parada de colectivo, Juan me pregunto por qué su Mama no venía. Se siente mal, pero no es nada, le dije y le arreglé el cuello de la campera.
Como nunca, el colectivo pasó a los cinco minutos. Los chicos extendieron sus pequeños brazos para que el coche se detuviera. Subimos. Le di un cospel al conductor. Nos sentamos en un asiento doble. Gaspar iba en mi falda y Juan al lado nuestro. En el recorrido el colectivo se llenó. Una señora de unos cincuenta años subió y caminó de un lado a otro buscando un lugar vacío. Fue hasta donde estábamos nosotros y preguntó:

- ¿El chico paga?
- Disculpe.
- ¿Tiene boleto el chico?
- No.
- Súbalo a su falda entonces, que me quiero sentar.
- No ve que ya tengo un chico en la falda.
- Ese es su problema.
- Señora- se escuchó una voz de fondo- siéntese acá. Ya me bajo.

La señora fue para el fondo y la joven le dio el asiento.

- Gracias- dije, mirando a la chica.
- Que vieja chota-me susurró.
- ¿Qué dijo papá?
- Que la señora esta chocha.
Juan se sentó de nuevo. Miré hacía atrás. Nuestras miradas se cruzaron y echamos a reír.

Mis padres nos esperaban con la comida lista. Mi madre, al verme entrar solo, agachó la cabeza y siguió poniendo la mesa. No pidió explicaciones, lo había echo ya varias veces.
Almorzamos milanesas con puré. Mamá se encargó de cortarle en trozos la carne a Gaspar y servirle jugo. Yo estaba callado. Me preguntaron por el trabajo pero contesté otra cosa. Me serví un vaso de vino y pregunté dónde estaba el diario. Quería leer los clasificados.
De postre, los chicos comieron chocolates y se ensuciaron las manos y la cara. Papá los limpió con una servilleta de papel y le dio un beso en la frente a cada uno. Me fui al sillón y me senté. Abrí los clasificados para ver qué había: Contadores, Ingenieros, Abogados, Farmacéuticos, Abogados, Vendedores y más vendedores. Nada, como siempre.
A eso de las tres de la tarde mis padres se fueron con Juan y Gaspar al shopping. Antes de salir le dije a los chicos que se portaran bien y que le hagan caso a sus abuelos.
Prendí la tele del living. No podía dejar de pensar en Brenda. Decidí llamarla. El teléfono sonaba pero nadie atendió. Intenté dos veces más. Cuando iba a llamarla al celular, del otro lado del tubo Brenda dijo hola con la voz entrecortada. ¿Qué te pasa?, pregunté. Y ella echó a llorar. Dijo lo que dice siempre en estas ocasiones. Tragué saliva y la escuché. Antes de despedirme dije que la amaba. También tenía ganas de llorar pero aguanté. Fui hasta mí antigua pieza y ví mi título colgado en la pared. Me detuve en los detalles, en la firma del Rector, del Decano, los bordes. Después cerré las persianas, me acosté e intenté dormir. Necesitaba descansar de todo lo que nos pesaba.

A eso de las siete de la tarde volvieron. Gaspar y Juan entraron corriendo con sus manos llenas de juguetes y golosinas. Me mostraron todo lo que sus abuelos le habían regalado. Me contaron lo que hicieron, a los juegos que subieron: el pelotero, los autitos chocadores. Entonces Gaspar me mostró su codo raspado y yo acerqué mi boca, soplé y le dije que pronto le dejaría de doler.
Mamá preparó la leche y llamó a los chicos a la cocina. Se pusieron a ver televisión junto a su abuelo. Juan le explicaba por qué el Power Ranger rojo era el más poderoso y papá lo escuchaba con atención. Al terminar sus vasos de leche, mamá le regaló más chocolates. Para que dure toda la semana, dijo.

Ya de noche, mi padre nos trajo a casa en el auto. Gaspar y Juan venían en el asiento de de atrás, recostados, con cara de sueño. En el camino hablamos de tenis y de fútbol. Después mi padre mencionó el barrio.

- Deberías buscar algo cerca de casa- dijo.
- Ya hablamos de esto, y sabes que no podemos.
- Nosotros te podemos ayudar, como lo hacemos con tu hermano.
- Con lo que me ayudan esta bien.

Llegamos. La luz del living estaba prendida. Una cortina se corrió y apareció el rostro de Brenda. Mi padre no quiso bajar a saludarla, se despidió de sus nietos con un beso y me saludó con un abrazo. Bajé del auto. Cuando entraba a casa escuche la bocina. Bajó el vidrio y con su mano me llamó. Me ubiqué al lado de la ventana y me agaché para que pudiera ver mi rostro. El extendió su mano y me puso trescientos pesos en el bolsillo de la campera.
Para los chicos, dijo y se fue.-

viernes, 31 de octubre de 2008

Tartagal queda cerca de Yacuiba, y Yacuiba queda cerca de Tartagal



A una cuadra de la Terminal de Tartagal los remises esperan en fila que sus butacas se llenen de personas. Los chóferes se sientan, con sus panzas grandes e hinchadas, y esos lentes que le cubren la mitad de la cara bajo las ramas de un árbol. Chupan coca con bica, conversan y ríen. A veces, juntan monedas y uno de ellos se cruza al negocio del frente y compra una coca en envase retornable.
En la esquina, el choripanero le tira agua a las brasas encendidas que quedaban y se va. A la tarde, vendrá la chica de las tortillas.
En Tartagal, la gente que no tiene auto, camina con sus bolsas, y si tienen plata le dicen al chofer:
- Don, avísenme cuando salga- Y se apoyan en la pared del hospital, y esperan que otras tres personas hagan lo mismo para partir hacía Yacuiba.

Otros, menos afortunados se van en el lechero, y entran a La Virgen de la Peña, Aguaray, Campo Duran, paran en Gendarmería y un viaje de cuarenta minutos lo hacen en dos horas.

Tartagal queda cerca de Yacuiba, y Yacuiba queda cerca de tartagal. Pero antes de llegar a Yacuiba hay que pasar por Salvador Maza, que todos conocen como Pocitos Argentinos, y mostrarle el documento a los gendarmes que con un gesto te dicen adelante, y pasás por un pasillo sin ningún problemas mientras ves como del otro lado más gendarmes con caras recias le piden a las señoras y a los señores de rostros gastados que le muestren sus paquetes, y meten mano en los bolsos y las bolsas y sacan etiquetas de cigarrillos que luego, en sus ratos libres, apostaran en una mano de loba. Los gendarmes se cansan de decomisar este tipo de cosas mientras que la cocaína pasa en los acoplados de los camiones mezclada entre los alimentos y la madera.

Los días de calor la espera se vuelve insoportable, y a veces la cola llega al puente que pasa sobre un río de basura, de pañales usados, de botellas vacías, de bolsas de plásticos, de cajas de reproductores de dvd, televisores, equipos de música y todo otro artefacto eléctrico que deba pagar impuesto y que los bagalleros te lo pasan a un precio módico. El puente es el límite, de un lado está Pocitos Argentinos, y del otro, Pocitos Bolivianos.
Allí, en Pocitos Bolivianos los puestos se extienden a los largo de las calles, y hay ropa colgada de todos lados: vaqueros, remeras, buzos, zapatillas de todas las marcas y colores. Un hombre se acerca y ofrece medias, pañuelos y repasadores. Tres por diez amigo, lleve, lleve, dice. Los cd de músicas y películas se proyectan en cualquier parte y la gente compra estrenos que ni llegaron a Argentina.
En la calle, en los únicos lugares en que no hay puestos están los taxis que se llenan de personas y a toda velocidad salen sin frenar en las esquinas, solo tocando bocina.

Después de esto, después de todo esto, de gotas de sudor, de viajes, de gendarmes con botas lustradas y caras recias, de rutas y puentes, de taxis y ventanas abiertas, de tierra, de niños envueltos en frazadas durmiendo entre las remeras, de jugos de tamarindo en bolsas y pajitas, de películas truchas, de olor a pollo con ají y pescado, uno llega a Yacuiba.

martes, 21 de octubre de 2008

Me quieren robar, los quiero enfrentar. Última parte


Es un domingo, triste, como son los domingos. Mañana, me tengo que levantar a las seis de la mañana, como todos los lunes y martes. A veces, pienso que es una tortura para los chicos y profesores entrar tan temprano a dar clases (7:00).
Me acuerdo que necesito la cámara digital para sacarle un par de fotos a la escuela. Estoy haciendo un trabajo para el Trayecto Pedagógico.
Le mandó un mensaje a mi hermano y le pido prestada la cámara, le digo que en un rato paso a buscarla. Me dice: ok.
Mi novia acomoda sus cosas, mete sus libros en una bolsa blanca y sus cremas en un bolso azul. Se va a su departamento. Salimos los dos, le digo que caminemos hasta la casa de mi hermano y que de ahí ella se tome el cole hasta su casa.
Ella tiene miedo, después de lo que le pasó a mi vieja está asustada. Salimos de casa y vemos el boulevard vacío. Un par de autos a toda velocidad pasan rumbo a Duarte Quiroz.
Mi novia mira para todos lados. Cruzamos hacía el Boulevard y bajamos hacía Colón. No llegamos ni a la esquina y veo que un taxi dobla en U y prende las balizas para frenar cerca de mi casa. De la villa, del descampado, del callejón salen a toda velocidad dos pibes. En segundos llegan hasta el baldío que queda en la esquina de mi casa. El taxi frena y se prende la luz de adentro. Uno de los pibes se esconde en el baldío y el otro camina y pasa la altura del taxi. Me doy cuenta que quieren hacer la misma maniobra que le hicieron a mi vieja. Entonces me detengo, me acerco y los veo y ellos me ven. Traspiro, pero no me alejo, la señora baja y le grito: CUIDADO, LE QUIEREN ROBAR. Y el flaco que había pasado la altura del taxi y esperaba entre las sombras agazapado para saltar y robar una cartera más se hace el boludo y se pierde por la otra esquina. La señora no entiende nada, no se si me escuchó pero entra rápido a su casa. Ahora solo quedamos el pibe del baldío y yo.

- Que mira, raja de acá, me dice.
- A vos te miro, hijo de puta.
Mi novia tiembla y llora. ¿Qué haces, qué haces? Me dice una y otra vez. Corramos, corramos. Lo veo al flaco y es una larva, y sé que es el mismo que arrastró a mi vieja en la puerta de mi casa. Tengo ganas de cruzarme y cagarlo a trompadas. No se pelear, pero soy más alto, mas pesado y más fuerte que él.
Me acerco unos pasos y veo al flaco que se agacha y rompe algo en el piso, luego se levanta y tira pedazos de cemento que rebotan en el piso mientras corre hacía el callejón. Intento cubrirme detrás de un árbol pero las piedras siguen cayendo y en el suelo se parten y los pedazos salen para todos lados. Uno de ellos me pega en el tobillo y veo la mancha blanca en el jeans y siento un calor que se prolonga por toda la pierna y grito hijo de puta. Mi novia, en un ataque de nervios comienza a correr y yo que quiero seguirlo al flaco, hago lo mismo que ella. Corremos dos cuadras y las piedras siguen cayendo y algunas nos pasan cerca y mi novia llora y levanta la manos como queriéndose cubrir la cara.
Terminamos en la estación de servicio de la Colón. Ella todavía llora y me putea. Llamo a la policía y cuento lo que pasó.
Al rato otro flaco se para en la esquina de la estación y me mira fijo, yo hago lo mismo. Este es más grande pero tengo ganas de encararlo, con tanta gente y tanta luz no me va a hacer nada, pienso, pero mi novia no aguanta más. Quiere que tomemos un taxi y nos vayamos de aquí. Es lo que hacemos. En taxi buscamos la cámara y después las llaves del auto.

La CAP
Salimos con mi primo y mi novia rumbo a Nueva Córdoba. A tres cuadras de mi casa vemos una camioneta de la CAP. Prendo las balizas y me bajo a hablar con los oficiales. Le cuento que pasó, y uno de ellos me dice: no te preucupés, acá tengo seis cartuchos para fundirlos a esos negros de mierda.
No le contesto, pero tengo ganas de decirle que en realidad no quiero que lo maten, solo quiero que ustedes, los policías se dejen de hacer los pelotudos.

miércoles, 15 de octubre de 2008

12 de octubre, nada que festejar


Por lo general los actos en mi escuela son cortos, aburridos y políticamente correctos.
El último acto que presencie fue el de Sarmiento. Lo mismo de siempre, el gran maestro, él que nunca faltó a la escuela, el padre de la educación, un par de poesías, palabras alusivas bien chotas y el sonido que no anda, y la vice que es la encargada de leer el discurso se pone nerviosa y los chicos se ríen porque el micrófono se acopla, y ella que se enoja mucho, muchísimo y termina diciendo el discurso sin el micrófono y después en la sala de profesores llora y se calienta con todos.

La vice es del área de lengua, yo, el profe de lengua 08, también. Ella quiere que el acto del doce de octubre salga a la perfección. Como lo organiza mi área, me pongo el acto al hombro, con una sola condición: que sea políticamente incorrecto. La vice acepta a media, yo escribo el discurso, hablo con tres alumnos de quinto año y junto a ellos trabajamos dos semanas en el acto. Los pibes son unos grosos, probamos el sonido, armamos el cañón, bajamos videos de you tube, armamos una pantalla; buscamos alguien que cante, un par de bailarines, y finalizamos con malambo.

Después de soñar dos semanas con la escuela, la vice enojada, y el acto que se cae a pedazos llega el día. Hoy fue el día, y gracias a los pibes que me ayudaron con el acto, los que cantaron y bailaron todo salió bien. Al final nos abrazamos y me sentí totalmente orgullos de ellos, y ellos se sintieron orgullos por el acto.

Discurso, nada que festejar



Cuando era chico, así de chico, me contaron que después de 73 días de navegación los marineros españoles vieron gaviotas que volaban sobre la proa del barco y se dieron cuenta de que estaban cerca. Un tal Juan Rodríguez Bermejo, a las dos de la mañana de una noche oscura y cerrada, imagino, gritó con todas sus fuerzas: Tierra. Tierra
Era un 12 de Octubre de 1492, y supuestamente tres carabelas llamadas la Santa Maria, La Pinta y La Niña, comandadas por Cristóbal Colón habían descubierto América.

Pero yo me pregunto ¿Qué descubrieron? ¿Qué descubrieron? Acaso la gente que vivía en ese lugar ¿era ciega? Acaso no existían culturas milenarias que habían construidos ciudades como Tenochtitlan donde vivían más de quinientas mil personas, mientras que en Europa, en la vieja Europa, sus ciudades no pasaban de los veinte mil habitantes porque sino se morían de pestes y de hambrunas.

De más grande, me dijeron que la llegada de Colón fue la unión de dos mundos. Me hablaron de Colón, de Cortés, de Pizarro y de Almagro. De su espíritu aventurero, de sus historias, de sus viajes y de sus crónicas. Nadie me dijo, que Colón, Cortés, Pizarro, Almagro y todos los que llegaron después, soñaban con oro, ansiaban el oro, deseaban el oro, imaginaban una ciudad construida de oro, con palacios, calles y hasta personas de oro. Y que, por el oro, por las riquezas de nuestro continente, quemaron ciudades enteras, mataron, destruyeron civilizaciones, torturaron y violaron indígenas, y lo dejaron sin nada, pero nada. Se llevaron sus riquezas, sus frutos, sus mujeres y su cultura. Le quitaron sus formas de expresarse, su lengua, su religión y hasta su vida.

Con esta información aún adolescente, como ustedes me pregunté ¿Por qué hay que festejar el comienzo de algo tan cruel para nuestro continente?

Algunas personas justificaron la llegada de los españoles, con la idea de que los habitantes originarios de estas tierras eran muy crueles. Me dijeron que sacrificaban gente. Que en cada ritual elegían una persona y la mataban en tributo a los dioses. Que les sacaban el corazón y se lo comían, y después bebían la sangre.

Pero me pregunto, acaso no fue más cruel llegar a cada ciudad de nuestro continente y poner una horca en medio de cada plaza y que las cabezas de los INCAS, LOS TOBAS; LOS AYMARAS volaran por los aires. O acaso no es cruel, aún en la actualidad que en muchos lugares de Estados Unidos la pena de muerte siga vigente, y que se atribuyan el derecho de quitar la vida con una inyección letal, al margen de lo que cada individuo juzgado haya echo.

Lo cierto es que en ese supuesto encuentro de culturas, 55 millones de indígenas, sí 55 millones de indígenas fueron exterminados y con ellos su sociedad y su cultura. Los dejaron si nada y los dueños originarios de estas tierras pasaron a ser nadies.

Hoy, después de más de 500 años, la dominación sigue. Y los nadies, los indígenas siguen sufriendo. Le quitan lo que más valoran, sus tierras y los echan con topadoras y policías, son los olvidados, los discriminados. Los que se mueren sin importarle a nadie.

Lo siento chicos, este es el país, el mundo que les dejamos. Por eso, como adulto, como profesor, como persona, a cada uno de ustedes le pido disculpas. Disculpas por no haber echo algo más, alguito más aunque sea, para poder dejarle un lugar mejor.
Es por esto, por ustedes, y especialmente por los nadies, los olvidados, que debemos crear una conciencia crítica y solidaría. Aceptar las diferencias, y sentirnos todos partes de una misma identidad. Todos partes de un mismo lugar. Este lugar es América Latina.
Por América Latina sufrida, que derramó tanta sangre de sus venas. Por América Latina vaciada de sus riquezas. Por nuestra América Latina, por sus habitantes. Por lo más pobres, los más jodidos, los que nadie quieren ver, los que no cuentan, los discriminados, los explotados, los privados de sus derechos, los ignorados, los excluidos, los que gimen por justicia y sueñan con dignidad, los que gritan Ya Basta, los que mueren de hambre, los que padecen el abuso.
A ellos, con ellos y para ellos, nunca más,
Nunca más un 12 de Octubre alusivo.
No hay nada que festejar

Muchas Gracias.










jueves, 2 de octubre de 2008

Me quieren robar, los quiero enfrentar. Parte dos




Mi hermano más chico llega con Mamá del dermatólogo. Estaciona el auto al frente de casa para que Mamá baje. Ella tiene una cartera, es nueva, se la regalaron sus amigas. Mi hermano pone la baliza y observa como los autos pasan cerca del espejo del conductor. Mamá abre la puerta, baja despacio, lo saluda a mi hermano que se va a la facultad. Cierra la puerta y camina rumbo a la puerta de casa. Busca en su bolsillo la llave. Un flaco la está esperando, escondido entre los autos estacionados en el taller de al lado espera su momento; lo ve, se abalanza, a toda velocidad llega y le agarra la cartera, en un reflejo instintivo Mamá la agarra más fuerte, la resguarda entre sus brazos; entonces el pibe tira y tira y Mamá cae sobre su rodilla derecha y la arrastra un par de metros hasta que logra sacarle la cartera. Mamá queda tirada en el piso, y de la pierna le cae un hilo de sangre y su codo se pone rojo y los restos de la suciedad de la vereda se desparraman por su ropa y sus brazos.
Todo pasa en un segundo. Mi hermano se baja del auto y lo corre. El flaco va hasta la esquina, allí lo espera otro con piedras en la mano. Agarran el descampado y por atrás mi hermano grita los documentos, los documentos, se meten en el mismo callejón y mi hermano se para, toma aire, sus ojos se llenan de lágrimas. Siente impotencia, vuelve a la puerta de casa. Mamá ya está parada, los mecánicos del taller que todos los días estacionan sus autos en nuestra vereda, la dueña del negocio al cual le compramos a la mañana, a la tarde y a la noche, los vecinos que te saludan con buen día, recién aparecen, cuando todo ya pasó. Cuando los pibes ya le sacaron la cartera a mi vieja y la arrastraron por el piso dejándole moretones en la rodillas y brazos. Recién ahora aparecen para preguntar ¿cómo está?…¿qué pasó?…¿cómo fue?. ¿Por qué no hicieron nada?, me pregunto después.
Mi hermano abraza a mama y los dos, juntos, lloran. Por qué te hicieron eso, dice, y por qué te hicieron eso, repite.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Me quieren robar, yo los quiero enfrentar. Parte uno.


Memi, mi cuñada, deja el auto en la puerta de casa, se baja con la torta en los brazos y toca el timbre. Abro la puerta y le sostengo la torta, ella me pide que la acerque a casa. Afuera un flaco mira el auto, eh, le grito, con una piedra revienta la ventana del conductor y los vidrios quedan desparramos en toda la vereda y el asiento. Estira la mano y saca la cartera. Grito de nuevo, dejo la torta tirada en la mesa y lo corro. El flaco sale a toda velocidad hacía la esquina, allí lo espera un amigo y los dos corren por el descampado y se meten a la única calle que queda de lo que fue: la villa “el bordo”. Pienso en entrar, pero vuelvo a pensar y no lo hago.

- Todos los días pasas por acá, como nos vas a robar… la cartera devuelvan por lo menos, grito.

Me doy vuelta y lo veo a mi viejo y a mi primo que vienen atrás. Lo espero y entramos al callejón. Es amplio, hay casas a los dos costados. Un viejo está parado al lado de su alambrado. Le preguntamos por unos chicos, solo queremos los documentos, decimos, recién salgo, responde. En la punta hay una casa abandonada. Al lado otra, que están pintando. Avanzamos un poco más, pero decidimos volver, nadie va a decir nada.

Memi llora, siente impotencia, la policía llega, hacemos la denuncia. El oficial en una hoja vieja anota las cosas que había en la cartera. Tarjetas de crédito, trescientos pesos, el celular y papeles, muchos papeles. Mi hermano me habla para saber que pasó, que cagada dice mi viejo.
El policía me pregunta como es el tipo. Lo describo: flaco, morocho, de remera gris y con gorra. En su libreta anota los rasgos que le dije. Se van. Al rato vuelven, me hablan, me dicen que a la vuelta otro móvil tiene a un pibe con las características que di.
- A la vuelta, sobre Dean Funes, otro móvil tiene a un pibe con las características que diste, me dice el oficial.
- Te animas a ir, me pregunta el otro.
- Si, vamos, le digo.
Me subo a la camioneta de la CAP. Nunca antes había estado en un móvil policial. Damos la vuelta y paramos en la esquina, para que lo podamos ver y él no me vea. Un flaco está con la moto estacionada a un costado y las manos arriba de la chata masticando bronca. Lo entiendo, no es él, es más flaco, este es musculoso, digo.
Un llamado de radio y lo sueltan.
La tarde pasa y no hay noticias de los pibes que rompieron el vidrio y sacaron la cartera de mi cuñada.

- ¿Y?, me preguntan cuando vuelvo.
- No era, este era más musculoso.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Agotado


Pasaron 18 días y sólo publiqué una entrada. Tengo el blog abandonado. Nadie me deja comentarios, tampoco entró a otros blogs para decirle lo bueno que están así entran al mio. En verdad, no tengo tiempo. Tengo ocho horas más en la escuela y son interinas, hasta ahora todas eran suplemtes. Además soy tutor de los tres segundo años, un fracaso mi tutoría, creo que la mayoría va a repetir.

Para que los chicos tengan voz en la escuela y creen un pensamiento crítico se me ocurrió organizar el centro de estudiantes, más trabajo , menos tiempo.

Tengo una novia a la cual debo visitar a menudo, un poco porque la extraño otro poco porque me extraña.

Las horas se van consumiendo, soy adicto: no a las drogas, tal vez a la bebida y seguro al tenis. Veo tenis todo el día y si fuera por mí jugaría todos los días. Me canso de llamar gente para hacerle partido, soy un pesado.

Además me gusta mucho salir. En que tiempo voy a escribir?

Estoy pensando seriamente en cerrar el blogs. Además en la feria del libro dijieron que esto de los blogs esta sobredimensionado, que está decayendo, que su pico fue en el 2006, que Emanuel Rodriguez es un salame y no labura sus textos. Yo tampoco trabajo los textos que publico en el blogs, por eso es sin correción.


Ayer, en un taller de narrativa, al cúal asisto, hablaban de los blogs. La mayoría tiene uno, y a la mayoría no le interesa que entre nadie, o solo sus amigos. Mis amigos leen poco y creo que ni saben que son los blogs; no sé si alguna vez entraron a alguno.

El único que me deja mensajes es Rodrigo, y yo le contesto.

El blog da trabajo, y yo estoy saturado. Ahora me voy a domir la siesta, luego vere que hago.




jueves, 4 de septiembre de 2008

Discriminación. Diálogos a la mañana


Segundo está en el taller. Le pido permiso al profe para hablar con las chicas afuera. No están todas, falta Ro, pero está Ka y So. Salimos y en unos de los canteros se sientan So, Je y Lu, y paradas quedan Ka, Ma, Ya y Mai.

- Vamos a dejar las cosas en claro –digo- esto no puede seguir así. Estas diferencias no solo se ven en mi hora sino en todas. Además ya le dije, que ustedes son pocos y deberían llevarse bien. Ustedes mismos me dicen que la escuela no le gusta mucho, y para colmo el curso es feo porque todos se pelean…
- Yo no quiero venir más, el año que viene me cambio, interrumpe So con tono firme y sería.
- Si profe, yo también me quiero ir, dice Je mucho más tímida.
- Nosotras nos queremos cambiar al c, dice Mai.

Ka sigue callada y mira hacía abajo.

- Pero eso no es solución. So, cuantas veces te dije a vos y a Ro, que deberían adaptarse a la escuela. No todos tuvieron la suerte de nacer en un barrio lindo o una casa linda, y no por eso hay que tratarla mal. Además yo no le pido que sean amigas, solo que se respeten para que en el curso nos llevemos bien.
- Pero porque nos dice a nosotros, arremete So enojada.
- Se los digo a todas. Nadie quiere que sean amigas, solo que se respeten y no se insulten. Si no se llevan bien, esta bien, pero eso no significa que nos estemos agrediendo e insultando. Además ya le dije que si siguen así esto se va ir poniendo más feo y puede terminar a los golpes y esa no es la cuestión.
- Pero es solo en su hora profe, porque usted es bueno, porque Ka en otras horas no se para a hacerse la mala, dice Je.
- Puede ser, pero estas peleas entre ustedes y el resto de las chicas del curso no solo lo noté yo, sino varios profesores y por eso estoy hablando con ustedes. Además yo le voy a poner las cosas bien en claro. O lo arreglan entre ustedes, cambiamos la actitud, y nos llevamos mejor, o vamos a ejercer mano dura y no se le va a permitir ningún tipo de burla ni insulto porque sino van a ser sancionadas. Y ustedes saben que acá los profes no tienen problema en poner amonestaciones. Yo se que no es la solución, pero por lo menos vamos a sacar el problema de la escuela, yo sé que esto no se va a acabar, pero lo vamos a limitar y cualquier insulto o burla va a ser sancionado.
- Pero profe usted quiere que cambiemos, si nosotras nos somos. Ro y yo no le hacemos nada a nadie, lo que pasa es que ellas son unas negras, unas negras villeras, y usted quiere que cambiemos y nunca vamos a cambiar, porque nunca vamos a ser negras.
- No es tan así, dice Je, que es del mismo bando de Ro y So.
- Ya te dije So, que no hables así.
- Pero son unas negras que le faltan el respeto a usted, porque ese día que se hizo la mala y usted no la sancionó yo no me pare a hacerla cagar por respeto a usted, porque yo soy más persona que ella.
- No la sancione porque no creo que esa sea la solución, y porque no creo en las sanciones. Pero si ustedes quieren eso, bueno vamos a empezar a poner sanciones y vos sabes bien que siempre das motivos para que te pueda poner alguna amonestación. ¿Ustedes piensan los mismo?, le pregunto al restó de las chicas.
- Si profe ponga amonestaciones, dice Ya, y es la primera vez que una de las chicas del otro grupo dice una palabra.
- Pero sabe profe lo que pasa, dice Ma (una chica que realmente me cae muy bien) que Ro y So le dicen negra sucia, y villera a Ka, y a nosotras también y se nos ríen.
- Y bueno que cambien entonces, si no quieren que le digamos negras, porque eso es lo que son, dice So.
- Eso es lo que vos pensas, le digo. Ma, a vos te parece que Ka es una villera.
- No profe, para nada, ella con nosotros es re buena.
- Mai vos que pensas de Ka.
- A mi tampoco me parece una villera.
- Ves So, no des tus ideas como verdades abosolutas. ¿Ka, vos querés decir algo?

Ka no dice nada. Mira al suelo y ni habla. Doy por terminada la conversación y le digo que piensen que es lo que quieren, arreglar el problema entre ellas o que nosotros pongamos sanciones.
Me voy decepcionado, por So, realmente que me caía muy bien, igual que todas, pero no puedo creer que sean así. También me voy triste por el autoritarismo que tienen los chicos. Ellos mismos prefieren las sanciones. Pienso en la forma que lo educamos.
Las chicas se van, y Ka se queda para hablar pero no puede. Llora y llora. Le digo que no se ponga así, que lamentablemente se va a tener que encontrar con gente así en toda su vida. Le sugiero que no le de bola. Pero Ka me cuenta de los problemas que tiene su padre para mandarla a estudiar, o algo así, porque llora y no puede hablar bien. Llora tanto que hay que llamarla a la celadora para que le de agua con azucar y ahí cuando la veo a Ka de esa manera, pienso que todo fue en vano.




Diálogo a la tarde

Entro a segundo sin ganas de hablar con nadie más y muchas ganas de darle actividades. Saludo y dejo el portafolio en el escritorio. Ni la miro a So, que tan bien me caía. Pongo la fecha, y comienzo a escribir las consignas.
Ro, que faltó a la mañana pero vino a la tarde se levanta y me dice que quiere hablar conmigo.

- Hablá, le digo, con vos de enojado.
- Las chicas me contaron lo que hablaron a la mañana, como me hubiera gustado estar.
- No venís nunca a taller, le digo.
- Es que me duermo, pero profe lo que yo le quería decir, es que estuve pensando en hablar con Ka, para que se acaben las diferencias. Con tal yo a ella afuera de la escuela no las veo. Para que se acaben los quilombos profe.
- Me parece bien, le digo y le estrecho la mano.



Leyendas armoniosas

Con segundo estamos viendo leyendas. Entonces aprovecho para contarles leyendas de miedo, leyendas urbanas y hacemos un círculo y los incito a que ellos también cuenten.

(Dos semanas pasaron de los diálogos y el curso esta muchos mejor, por lo menos no se respira ese aire a hostilidad que se respiraba hace un tiempo).

Los chicos comienzan a contar leyendas, o sucesos de miedo que le contaron, lo hacen de manera caótica como suelen ser mis horas de clase. Así que trató de organizarlos para que se escuchen entre todos. Ellos mismos colaboran.
Ka quiere contar una cosa que le pasó a su padre en el campo, y dos chicos están hablando, entonces Ro con actitud se para y le dice a los dos pibes que cierren la boca que Ka esta por contar una historia.

Después se sienta al lado de Ka, y le dice, dale conta, y Ka cuenta y todos nos morimos de miedo.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Discriminación. La historia de Ka y Ro


Ro se quedó de curso en un colegio privado, de esos bien caros. Eligió no repetir, no se si porque no la aceptaron o porque ella creía que podía rendir libres dos años en uno y así poder entrar con sus compañeros. Pero no hizo ni una cosa ni la otra. Vio los programas de Disney todas las tardes y de noche salió con su hermano mayor y los amigos de este a fiestas y boliches. La Madre siempre trabajando, y el Padre a cargo de un complejo turístico en las sierras no pudieron hacer nada.
La madre de Ro, instructora de gimnasia, a la cual me gustaría conocer, admito, le suplicó a la hija que vuelva a la escuela. Ro dijo que sí, pero en ningún colegio la quisieron aceptar. Terminó en una escuela pública, en una localidad vecina de la capital. La misma escuela donde estudia Ka.
Ka tiene dos hermanos más chicos. Vive en una casilla, justo en la curva. Según su hermano para ver cien por ciento lucha, su programa favorito, tiene que caminar dos kilómetros hasta la casa de la tía, porque ellos no tienen tele. Ka es tímida, infantil. Hasta hace poco tenía una amiga que de alguna manera la complementaba, porque era mucho más despierta y por lo general entendía las explicaciones de los profesores. Esa amiga era M, la misma que dejó la escuela hace poco amparada por su madre.
Ka y Ro no se llevan bien. Ro dice que Ka es una negra villera, que no sabe hablar, que ese flequillo teñido de rubio le da asco. Por su parte Ka dice que Ro es una fácil, que se entrega a todos, y después no puede más y llora y dice que quiere dejar la escuela, que su padre hace muchos esfuerzos para que ella y sus hermanos vengan al colegio, para que seguir viniendo si me tratan tan mal, dice y sigue llorando. Ro termina diciendo, odio la escuela, vengo solo porque mi mamá me obliga, si fuera por mí la dejaría.
El conflicto se hace cada vez más grande. No solo yo me doy cuenta y tengo miedo que esto termine a los golpes y la escuela donde trabajo salga en los noticieros.
Tengo que hablar con las chicas otra vez.

domingo, 24 de agosto de 2008

Discriminación


La profe de química le dice a la vice que bronca que se tienen las dos chicas de adelante con el resto de sus compañeras.
La de biología habla en la sala de profesores acerca del mismo tema.

(Soy el tutor de segundo año, y conozco esos problemas, yo mismo lo viví en mi clase cuando Ka cansada de que Ro le diga negra, así, bien bajito mientras yo escribía en el pizarrón y después se ría a carcajadas con su compañera de banco Sol y yo no entienda nada y le diga a Ro que me cuente qué es lo gracioso y que ella ponga cara de niña buena, como siempre lo hace y me mire con sus ojos grises, bien grises y me hable de manera correcta y amable para que yo piense que es una santa y le crea mientras Ka se muerde los labios y se aguanta la bronca hasta que no da más y se para con toda la furia y va hacía adelante para gritarle frente a todos que se pare, que la va a hacer cagar y cierre los puños y yo piense que se viene lo peor y para evitarlo me ponga en el medio. Pero los golpes no llegan, y Ka se siente y llora).
Apenas salgo del curso le cuento a la celadora lo que pasó, omitiendo detalles, como que casi se fueron a las manos dos chicas. En realidad le digo que hay bronca entre las alumnas de adelante y el resto, en especial Ka.
La celadora, con su voz pausada y firme me dice: A ka no le lleves mucho el apunte, es una chica muy problemática que vive en unas casillas bien precarias, y siempre piensa que todos están contra ella.
Mira que se puso mal, le digo antes de irme.

Ka, realmente me cae bien, igual que Ro y Sol, en realidad todo segundo año me cae bastante bien.
Intento hablar con RO y Sol, son más grandes que sus compañeras, me dicen que no son ellas, son las otras. Las otras me dicen que Ro y Sol se creen las dueñas del curso y la hacen a menos y las tratan mal. Y los chicos pregunto. Están del lado de Ro y Sol porque ellas lo manejan. Que fácil somos los hombres, pienso, un par de ojos claros, una sonrisita y ya estamos haciendo lo que ellas quieren.

La profe de educación física me habla, quiere que el tutor hable con el curso. Segundo no puede seguir así, me dice.

No te preocupes, voy a hablar con ellas, digo.. Otra vez, pienso.

sábado, 16 de agosto de 2008

Otro banco vacio


M dejó la escuela, es lo que me cuentan sus amigas.

En la sala de profesores escucho que una colega le pregunta a la celadora si M ( a la cual se refiere como la nenita del fondo porque no se acuerda del nombre) dejó la escuela y se siente culpable.

- Le puse diez amonestaciones por salir del curso sin permiso, dice.
- No te hagas drama, esa nena dejó porque se quedó libres por faltas. Ese mismo día a mi también se me escapó. No trajo el retiro firmado y le dije que no se podía ir pero lo mismo se fue. Agarré el auto y la encontré en la plaza. Subí ya, le dije y la metí al auto. No podía permitir que se escape, cuenta la celadora.

Hablo con sus amigas. Me dicen que dejó porque no le gustaba el curso. Pienso que es una lástima. M es inteligente, además muy despierta. Personalmente me cae bastante bien.
Como tutor de los chicos de segundo año pienso que debo hacer algo. Pido el teléfono de la casa de M. Me pasan un número de celular, vive sola con la madre me cuentan.

Llamo.

- ¿Hablo con la madre M?, pregunto.
- Si, ella habla, de parte de quién.
- Soy el Profesor de Lengua. Le hablaba para preguntarle porque M no está viniendo a la escuela.
- Eh… ella se quedo libre por faltas y yo le pregunté si quería que la reincorpore, y me dijo que no.
- Mire señora, es una lástima que M deje la escuela. Es una chica muy inteligente y me parece que apañarle que deje de estudiar no es una buena idea. Si ella se siente mal en el curso o tiene problemas con la escuela lo mejor sería que vengan a hablar, pero que no deje la escuela. Señora…Señora…Señora…

Marco de nuevo y directamente me atiende la casilla de mensajes. Pruebo más tarde y me pasa lo mismo.
Voy a hablar con el Director y le cuento la situación. Y si… es algo muy habitual en la escuela que lo padres lo saquen de la escuela a los chicos, me dice y sigue tomando mate.
Otra alumna que se va y a nadie le importa. Para muchos es un problema menos. Yo pienso que es una lástima.

M, donde quieras que estés, volvé. Tu lugar, como el de todos los chicos y adolescentes, es la escuela, no la calle.

jueves, 14 de agosto de 2008

Un remis blanco, parte tres (cuento)


La cumbia deja de sonar, y una música mucho más lenta y aburrida ocupa su lugar. Las luces se prenden, primero en la pista, después a los costados, para alumbrar a los pibes de la barra que nos miran con cara de cansados.

Tengo medio vaso de fernet y tomo, Mencho me lo saca y camina hacia la salida igual que todos. Hago lo mismo y en el tumulto acarició la cintura de una mina y me pego a otra.

- Que linda que sos, le digo.
Me sonríe y le digo que vamos, que sigamos la fiesta.

- Mañana vengo, dice.

Pasamos la puerta y se va. Mencho está en la calle. Miro a todos lados y veo como la gente se desparrama y las chicas me sueltan la mano cuando se las tomo.
Camino hasta donde esta Mencho, el quiere comer, yo no se que quiero. Le presto plata y se va al carrito viejo que vende choripanes vencidos.
El Pájaro llega con la mayoría de los botones desabrochados y pregunta que hacemos. Que se yo, quiero seguir tomando, donde sea, hasta no poder hablar y caerme del pedo. Mencho grita del carrito: VAMOS A DROGARNOS, y viene hacia nosotros con el choripan en la mano.

Un remis Blanco, parte cuatro (cuento)

Nos subimos a un remis blanco, los tres y Mencho dice, vamos, vamos, vos sabes dónde conseguir.

- ¿Qué quieren?, pregunta el remisero.
- Merca y base, dice Mencho. Después me pregunta si tengo guita.

Vamos a hacer escupir ese cajero, les digo y partimos hacía el centro.
Pasamos la ruta y agarramos la Warnes. Queda un culo de fernet y lo tiramos por la ventana, para la pacha grito.

Me bajo, entro al cajero saco guita y salgo. Me choco con una señora del Plan trabajar que me dice algo pero no escucho. Ya estoy en el remis. Después de un par de cuadras, recién me fijo si no deje la tarjeta en el cajero.
Pasamos por todo el centro y agarramos la avenida rumbo al cementerio. La calle de tierra nos mueve. Doblamos, pasamos las vías y nos miramos. De acá comprábamos hasta que Pancho saltó la loma con su auto y choco con un tractor; y los pibes que nos vendían nos quisieron chorear y para colmo ni un gramo de droga nos dieron..

- Denme la plata, dice el remisero.

Saco cuarenta mangos. Ocho papeles le digo y Mencho salta, compra base también. Bueno seis de merca y dos de base.

El remisero se baja, abre el portón y entra a la casa. Al rato sale.
Nos da los papeles, se sube al auto y pregunta a dónde vamos.

- A un hotel, dice Mencho.
Partimos para el otro lado de la ciudad. Antes compramos cervezas y parisienes. Tomamos mientras la ciudad despierta y nosotros seguimos aún sin dormir.
Llegamos a un telo que queda sobre la ruta camino a Bolivia, de donde viene toda la merca, las más rica, la más pura.
El portón se abre y pasamos a una de las piezas.
Le decimos al remisero que se baje con nosotros pero no quiere. Vengo cuando termine el turno, nos dice y se va.
Entramos y prendo la tv, dos rubias tetonas gritan desaforadamente y el Pájaro comienza a preparar las líneas.
Me persigo, me fijo si hay cámaras, pienso si nos mandan la cana y después como le explico a mi Tía. Le diré que soy puto, nunca drogadicto. Entonces, sentando en la mesa de luz aspiro una línea armada sobre la lista de precio plastificada, y comienzo a hablar como mujer para que piensen, si alguien nos escucha del otro lado que es un dos contra uno.
La garganta se me pone amarga y Mecho comienza a hablar de la vida mientras prepara su bazooka. Después va a hasta la ventana, la golpea y pide tres cervezas.
Un negro se coje una de las rubias y el Pájaro se mete otra línea.

- ¿Qué queres para la vida?, pregunta Mencho.
- Guita. Recibirme y tener guita, y ser así como vos, que paga todo o como el Gordo. Yo quiero eso. Tener guita y pagarle todos a mis amigos, responde el Pájaro que no para de armar líneas.
- Eso no es la felicidad Pájaro. Explicale, me dice.
- Te respeto Pájaro, si es lo que queres, pero no pienso igual, digo.
- Mira yo soy un infeliz, estudio una carrera de mierda que no me gusta. Pero para mi la felicidad es esto. Que se yo, tener lo mínimo para vivir dignamente y nada más, dice Mencho.

El olor a mierda de la base nos envuelve. Seguimos hablando de cualquier cosa y nos drogamos con tanta intensidad como antes tomábamos. Además el turno es de una hora y media y tenemos que acabarnos todos.
Seguimos hablando de cualquier cosa, y le digo al Pájaro que la traiga a su ex. Apenas lo digo me doy cuenta que me zarpe, y el me mira serio, y me dice: me dolió. Le pido perdón y seguimos aspirando.

El teléfono de la pieza suena y Mencho atiende. Afuera nos buscan, y falta cinco minutos para que termine el turno, nos dicen del otro lado del tubo. Me fijo y lo veo al remisero.
Ya no queda nada y agarramos nuestras cosas y nos vamos. Adentro se quedan el negro con las dos rubias que no paran de gritar.

Un remis blanco, parte cinco y última (cuento)


Mencho quiere más, y me dice vamos. Paga vos, yo mañana te devuelvo. Pero no da. Ya son como las diez de la mañana. Así que lo dejamos en su casa y seguimos con el Pájaro hasta la suya. Nos bajamos los dos, y el Pájaro me dice, tomemos una cerveza más así hablamos. Acepto y vamos a un negocio y pedimos una descartable. Sin decirnos nada comenzamos a caminar y le hago un trago a la cerveza. Me dan muchas ganas de vomitar y me apoyo en un cantero. El Pájaro me agarra de atrás y me aprieta la panza. Lanzo una arcada pero no vomito. Es la merca, me dice.

El Pájaro me pasa la botella y solo me mojo los labios. El también toma despacio.
Me cuenta de una mina que ama pero que no quiere y me sorprende todos sus razonamientos psicológicos que hace de ella. Yo solo se que es una pendeja y que parte la tierra de lo linda que es.
Caminamos por toda la ciudad. Hacemos como diez cuadras y estamos en la misma avenida por donde fuimos a comprar merca. Sin decir nada seguimos. Entramos a la estación de servicio y le pedimos una cerveza para tomar en una de las mesas. Pero el encargado nos dice que a esta hora todavía no sirven alcohol. Entonces compramos para llevar. Tres botellitas de medio litro y seguimos caminando hablando de esa mina.

Entramos a la calle de tierra y vemos a lo lejos la cruz del cementerio. Seguimos hablando de lo mismo y vemos la loma y las vías donde choco Pancho.
Nos quedamos en el lugar y las señoras con bolsas de almacén pasan cerca de nosotros y nos miran con cara de desprecio.
El Pájaro toma un trago largo y acaba la primera cerveza. Mira hacía la loma y me dice:

- Vamos.

Sacó cincuenta pesos y le digo:

- Dale.

jueves, 7 de agosto de 2008

La vida cruel


La profesora de química o biología, no lo recuerdo, que también es madre de dos alumnas, habla con el director. Le cuenta acerca de un chico que está enfermo. El director dice que está al tanto, y que le dijo que se cuidara. No entiendo bien de que alumno hablan. Sigo tomando mate al lado de la cocina que no funciona y me quedo con la duda.

Busco al profesor de Ingles, sé que el también esta al pedo como yo en estos martes eternos. Voy al taller, no lo encuentro, entonces se que está en el comedor charlando con las cocineras.

Saludo a las cocineras, y me siento junto al Profe de Inglés que está mandando mensajes de texto. Charlamos de cualquier cosa hasta que una de las cocineras habla acerca del chico enfermo. Entonces nos paramos y nos acercamos a la barra donde sirven la comida para que una de las cocineras nos cuente que es lo que sabe.
Dicen el nombre del chico, no lo conozco, nunca lo tuve como alumno, y tampoco lo ubico de vista.
El profe cuenta su versión, que es la misma que se contó en sala de profesores.

- Le empezó a doler la panza, y todos pensaron que era apendicitis. Entonces lo llevaron al hospital para operarlo y cuando lo abrieron se dieron cuenta que el apendicitis estaba bien. El chico tenía dos tumores. Pero según lo que escuche se lo descubrieron a tiempo y lo están tratando.
- Si, fue así, pero en estos días le dieron los resultados, dice la cocinera.
- El pibe vino el lunes de la semana pasada, y el director me dijo que se le descubrieron a tiempo.
- Es lo que creían, pero en estos días lo médicos le dijeron a los padres que lo lleven a la casa, que no lo manden más a la escuela que ya no hay nada que hacer. Los últimos estudios le dieron que el tumor ya estaba todo desparramado.

No lo puedo creer. Las cocineras cuentan que los vieron el fin de semana en la procesión de la virgen muy desmejorado.
También cuentan que el sueño del pibe era tener una moto, y que el padre le dijo que prefería que se muriera de lo que sea y no tirado en la ruta como le pasa a tantos. Crueldades de la vida.

Antes de irme pregunto si el chico sabe.
No sabe nada, me dicen.

martes, 5 de agosto de 2008

Un remis blanco, parte dos (cuento)


Queda un poco de cerveza en el vaso, Mencho no lo pasa, la tira al piso y dice para la Pachamama. Cambiá a fernet, digo, y le doy veinte pesos, soy el único al que le queda plata. Mencho va tan rápido a comprar la bebida como toma, y el vaso, de litro, ahora oscuro pasa de mano en mano y los tragos son tan o más largos que cuando tomábamos cerveza. A este ritmo el alcohol se acaba rápido, y la escena se repite. Lo poco que queda, al suelo sin que los guardias del boliche nos vean, y a correr y a comprar otro litro más.

En la pista, las personas le siguen el ritmo a la cumbia. Que bien bailan, pienso, y observo a una chica de pollera blanca que de una vuelta y mueve su trasero mientras su amiga le hace palmas. Al lado dos pibes saltan, mientras mueven sus pies, intento copiarle el paso, pero no me sale.

Una chica sale del baño y pasa cerca de nosotros.

- Que haces pendejo, le dice a Mencho.

Mencho le da un beso y me la presenta como una amiga, el Pájaro también la saluda. Me dicen el nombre pero me olvido. Le convido un poco de fernet. La amiga de Mencho tiene unos pantalones gastados, una remera negra, y unos labios grandes y sabrosos. Está con un grupo de chicas en una esquina de la pista.

- Vayan para allá, dice antes de irse.
- Vamos, dice el Pájaro, cuando pantalón gastado ya está con sus amigas.
- Si ustedes quieren, digo.
- No sirve, fijate, son cinco y no tienen ni una cerveza en la mano. Esas son muy bocas secas. Nos van a tomar toda la chupa. Dice Mecho.

Y tiene razón. Nos quedamos en el mismo lugar y vamos por otro fernet. Empezamos a movernos entre nosotros.

El Pájaro no resiste y se va a la pista a buscar una mujer para mentirle cosas al oído y bailar. Nosotros nos movemos un par de paso y nos quedamos al borde de la pista. La cumbia suena en cada rincón del lugar, y me muevo, mientras Mencho corre por medio de las mesas y compra otro fernet, grande de litro y vuelve tomando y levantando la mano libre al ritmo de la música. Me enseña el paso del camionero y lo hacemos a dúo y nos cagamos de risa y nos metemos de lleno a la pista, y nuestro baile ya no ocupa solo un rincón, sino que toda la posta, y vamos de un lado a otro levantando las manos, y cruzándonos con chicas que nos miran y algunas nos hacen palmas, nos sentimos los dueños del lugar y del fernet que se vuelve a acabar y a correr otra vez.

Falta poco para que termine el boliche, ya son las cinco y media de la mañana y decidimos volver a la cerveza para sacarnos el gusto dulce de la coca cola de nuestras bocas. A esta altura bailamos con cualquiera pero al fin con ninguna, seguimos deslizándonos por toda la pista y cuando nos toca sostenemos bien fuerte el vaso y así también tomamos. No me importa nada, levanto la cerveza y unas cuantas gotas caen arriba de mi camisa y yo las lamo con mi boca, me siento envueltos en llamas, y pienso, no caben dudas: en Tartagal, siempre de noche, parece que se acaba el mundo y no nos queda otra.


lunes, 28 de julio de 2008

Reflexiones y pensamientos

Estamos equivocados

Después de llenar los libros, las actas y fijarnos que todo estaba en orden quedamos libres. Una colega me pidió que la acercara en el auto, le dije que no había problema. Saludamos a los pocos profesores que quedaban y dejamos la escuela.
En el camino hablamos de muchas cosas, pero hicimos foco en la educación, en los problemas de conductas que se repiten día a día, y en los casos de violencia que se trasmitieron en todos los noticieros.
Antes de bajar, con mucha certeza me dijo: lo que pasa es que nosotros enseñamos partiendo de la idea que los chicos deben escucharnos en orden, en silencio y todos sentados; lamentablemente eso ya no pasa.

¿Qué prefieren?

Entro al curso y los chicos deben pararse, guardar silencio y responderme el saludo. Después sentarse, quedarse quietos, no pararse, no caminar, no salir del curso, no gritar, hablar de los nosotros queremos y callarse cuando nosotros lo decidimos. Un buen profesor es el que logra cumplir con estos objetivos, según lo que dicen los directivos, y los otros profesores. Yo, me considero un mal profesor entonces.

miércoles, 23 de julio de 2008

Un remis blanco, parte uno (cuento)

Mencho abre una cerveza, toma un trago de costado y pasa la botella. Somos cuatro, Mencho, Flores, el Pájaro y yo. La birra pasa de mano en mano y no para. Se viene la segunda, al rato la tercera, caliente, no importa hacemos tragos largos.

Flores se va, no hay motivación, si no hay veneno no sirve, dice. Yo quiero veneno, el Pájaro también, Mencho no sabe, pero seguro que cuando se tome un par de cervezas más, va a querer. Pero no se como es la onda acá, y me quedo callado. Flores, antes de irse vuelve a preguntar y nadie dice nada.

En menos de veinte minutos terminamos la tercera cerveza y salimos para el Rey, el boliche de moda de la ciudad. Según el Pájaro, el dueño hizo un pacto con el diablo para que se llene todos los días. Pasó de ser un rancho con piso de tierra al boliche más grande de la zona. Según los carteles entran más de dos mil trescientas personas.

Pagamos y nos dan una consumición a cada uno. Entramos y saludamos a un par de conocidos. La pista está llena pero a los costados no hay tanta gente. Además la pista nueva, la del fondo esta cerrada. Solo la abren los sábados, me explica el Pájaro que no para de alabar la fiesta que tiene este lugar.

Voy a la barra y cambio la consumición por la cerveza de litro. Miró el celular y me doy cuenta que salimos tarde. Son las tres de la mañana y todavía estamos sanos. Nos paramos cerca de la pista y comenzamos a tomar. El vaso no descansa, pasa de una mano a otra, y observo los tragos que hacen los chicos, por un momento me había olvidado la cantidad de alcohol que se consume en Tartagal. Me sorprende la intensidad con la que toman. Pienso, mañana no se acaba el mundo, pero trato de seguirle el ritmo y me doy cuenta que no puedo. Las consumiciones se acaban en un abrir y cerrar los ojos. Tengo ganas de cambiar a fernet y los pibes como siempre me acompañan. De a poco siento el gusto de tomar tanto y con tanta intensidad.

Mañana no se acaba el mundo, pero quien sabe.

Vacaciones, me fui a vivir historias


Necesitaba un cambio de aire, un respiro profundo, algo que me de un poco más de vida y me ayude a seguir.
Lo pensé tres meses pero lo decidí en un momento. El celular sonó, Victor y El Flaco, dos amigos, hablaban desde Tartagal. Bruno ya se había ido, en su auto, con todo el asiento de atrás para mí solo; y yo acá, sin palabras.

- ¿Así que no venís?, me preguntaron.
- Si che, me quedo, respondí.

Me mordí los labios para no llorar, para no descargar todo lo que me había guardado. Victor me quiso animar, que estaba todo bien, que seguro ya íbamos a tener oportunidad para vernos. Pero no quería eso, quería irme ya, en ese preciso momento. A veces es difícil hacer lo que uno quiere, aunque desde afuera uno crea que todo está bajo el control de cada uno.

Después de colgar, mire para abajo y una lagrima se deslizo por mi mejilla. Ahí fue cuando dije: me voy a Tartagal.

jueves, 10 de julio de 2008

La vida cruel, parte dos


Salgo en el auto, son las once de la noche. Paso por Los Infernales de Guemes. En ese Resto- Bar un amigo, Martín, va a leer por primera vez sus poesías.
Pienso en todo lo que tengo que hacer: Ir a un velorio, escuchar las poesías de Martín y llevarla a mi novia a comer.

En la entrada de Los Infernales esta Martín, sentado en el único sillón que hay, abajo del cartel donde se escribe la sugerencia del chef. Otra vez, es guiso de lenteja.
Le pregunto a Martín si ya va a leer, y me dice que falta. Cerca de las doce. Tengo tiempo de ir al velorio a saludar a Lalo antes que Mamá que me hable y me quiera manipular de nuevo.

Sigo por Belgrano hasta 27 de Abril. Doblo y me voy fijando la numeración. Mi novia, a la que no le gustan los velorios y tampoco las lecturas de poesías, me señala el lugar. Me quedo en el auto, me dice.
El funeral

Bajo y me fijo en los diferentes nombres que figuran a la entrada de cada sala. Saco el celular y me fijo el nombre de la esposa de Lalo. Entro y veo a un par de personas sentadas en sillones sin respaldo. Apenas cierro la puerta un hombre canoso y corpulento se para y me pregunta a quién busco.

A Lalo, digo. Soy yo me responde. Que viejo que está Lalo, pienso. Hace un par de años que no lo veo, en realidad solo lo vi una vez y mi imagen de él era totalmente diferente a este hombre canoso y de lentes.

Le cuento que vengo de parte de mi madre. Lalo se para y me acompaña hasta la habitación de a lado donde esta el cuerpo de su esposa. Me dice que ahora está más tranquilo, y que sabe que su mujer murió en paz. Le pregunto por mi tío y me cuenta un par de historias. Me dice que los Ochoa (Familia de mi Mamá) son buena gente, y que siempre tuvo el deseo de ir a Tartagal, de donde somos.

Hablamos un par de cosas más y su celular suena. Atiende con cierta dificultad y sale afuera a hablar, quedo solo en la habitación. Me acerco al ataúd y veo la piel de la esposa, llena de arrugas y el maquillaje que la cubre. En sus manos le pusieron una foto de ella y una nena, tal vez una nieta. Observo las coronas de flores que le enviaron y hago un par de pasos para atrás. Sin pensarlo comienzo a caminar por el lugar. Voy hasta la cocina y veo las tazas lavadas y una jarra de café vacía. Veo que hay otra habitación, igual que la primera pero vacía. Vuelvo a la sala del ataúd. Un joven de campera de cuero, alto y bien arreglado se acerca al cuerpo y le acomoda las vestimentas. Me doy cuenta que es el hijo, modelo de profesión y que no le interesa para nada la política.

Los recuerdos

Mientras espero que Lalo termine de hablar por teléfono para saludarlo e irme, pienso en la historia de la muerta. La muerta se llamaba Norma, y antes de casarse con Lalo se había casado con otro tipo. Un militante comprometido, que fue secuestrado por un grupo de tareas.

Los milicos, como era costumbre rompieron la puerta y entraron con toda la furia. Lo sacaron arrastrando y a golpes al militante, mientras Norma, asustada veía como se llevaban parte de su vida. Después lo torturaron y lo fusilaron. Al cuerpo lo arrojaron cerca de uno de los puentes que cruza el Suquia. Le pusieron un arma en la mano y dijeron que había sido un enfrentamiento. Los medios lo reproducieron de esa manera y la mayoría de la sociedad cordobesa, por una parte fue cómplice con su silencio y por otra por su ganas de delatar a lo que consideraban subversivo.

Norma nunca se olvidó de su militante, de su primer esposo. Después conoció a Lalo, un tipo bueno, amable y se caso con él. No pudieron tener hijos, adoptaron dos. Un modelo y una adolescente, a los cuales, le gusta mucho la tele y la imagen. Nunca pudo discutir con ellos de política o de historia.

El tiempo pasó y norma nunca se olvido de su militante. Con el juicio a Menéndez y sus secuaces las heridas que nunca se cerraron se abrieron y comenzaron a arder. Seguramente a Norma se le vinieron todos los recuerdos de esos años, el miedo, el dolor de perder a tu ser más querido, el terror a la muerte, la impotencia de no poder hacer nada. Los relatos de las torturas que se escuchaban por lo bajo. Los gritos de su primer esposo cuando lo sacaban de la casa.

Con la cara de Menéndez en todos los noticieros ella no pudo más y se le apago el cerebro. A los dos días se le paró el corazón. Los médicos dijeron que fue un derrame cerebral.

A más de treinta años, la muerte sigue generando más muerte.

sábado, 5 de julio de 2008

La vida cruel, parte uno


Mamá me pide que vaya al velorio de la esposa de Lalo. Ella no puede ir porque está con gripe y afuera hace demasiado frío. Pregunto dónde es y me pasa la dirección.
Por un momento amago con decir que no tengo tiempo, pero mamá me manipula.

- Si no podes ir, me avisas, me cambio, me tomo un taxi y voy yo con este frío así me termino de enfermar.

No me queda otra. Prometo ir.

Mamá insiste en que vaya, porque Lalo es un amigo de la familia. Era amigo del hermano de mamá: Chicho, mi tío, que nunca conocí porque hace más de treinta y dos años, un escuadrón entró a su departamento. Lo secuestraron, junto a su esposa Gigi. Los torturaron, los mataron, los desaparecieron.
Después le robaron el auto, los muebles, la cocina y todo lo que encontraron. El otro hermano de mamá, Mario, que le cerró la puerta de su casa por el miedo que reinaba en ese momento y para no tener problemas con su esposa, después del secuestro de Chicho lo buscó por todos lados. Tocó las puertas de todos lo regimientos, se peleó con todos lo militares hasta que le pusieron una pistola en la cabeza, y él le dijo que disparen. Pero tanto valor llegó tarde. Chicho ya estaba muerto, y mi madre, desconsolada para toda su vida.

martes, 1 de julio de 2008

Mi vida privada




Pongo las zapatillas en una bolsa, la cierro y la dejo cerca de la puerta. Hago lo mismo con los libros, con cuidado los llevo, no quiero olvidarme ninguno. La ropa no me importa, los libros sí.
Los ojos se me llenan de lágrimas, sus ojos también. Hay ciertos momentos que son tan dolorosos, que dejan tanto vacío.

Cuando era adolescente y terminé de leer “Cuarteles de invierno”, de Osvaldo Soriano, cerré el libro, fui corriendo y le pregunte a Mamá por qué era tan triste el final. Ella pensó un rato y me dijo: Por que así es la vida. Fue el mejor consejo que me dio.

Sus ojos se llenan de lágrimas y de a poco bajo mis cosas, hasta no dejar nada. Me voy, en silencio. Por qué somos capaces de producir tanto dolor, pienso, pido disculpas, lo siento.
Hoy duermo solo, es la noche más triste de mi vida.

martes, 24 de junio de 2008

Lágrimas, primera parte


Falta una semana para que comiencen las vacaciones de invierno. Hay que cerrar promedios, evaluar, aprobar y desaprobar.

Hoy, me levanté a las cinco y media de la mañana. Con frío me cambié y con mucho sueño salí hacia la Terminal. En las calles no había nadie, solo un taxi que me hizo señas de luces para ver si lo tomaba. Con la cabeza dije que no. Puse la radio en el celular y caminé.

El colectivo tardó en llegar. Lo esperé adentro para cubrirme del viento helado.
Dormí todo el viaje. El Director que había subido una parada más adelante me tocó el hombro para que me levantara. Medio dormido bajé del colectivo. La escuela todavía estaba cerrada y totalmente a oscuras. Los chicos esperaban amontonados cerca del portón. El directos sacó la llave y abrió el portón y después la sala de profesores. Entramo junto a la Profe de Psicología, que sin haber cruzado una palabra con ella me parece que antes de ser profesora y psicóloga fue modelo o reina provincial de la primavera por lo menos. Es demasiado linda, tan linda que uno, ni la mira porque sabe que no hay posibilidades.
El timbre suena, es hora de cerrar promedios

Lágrimas, segunda parte

Entro a cuarto año. Todos están parados. Los hago sentar, saludo y comienzo a cerrar promedios. Como siempre caen como tres chicos o más con trabajos viejos, que pedí en clases anteriores. Los recibo para darle una oportunidad. Los corrijo a la pasada y a todos les pongo un punto menos por entregar tarde, pero todos aprueban.
También recibo los cuadernos de ortografía, un proyecto de la escuela que dice que todos los alumnos deben presentar al final de cada cuatrimestre un cuaderno con todas las palabras mal escritas repetidas en tres renglones. Es un bajón para ellos y para mí. Pero este año me olvidé de pedirlo con anticipación, así que solo les exijo a los alumnos que le hacen falta nota.
Todos se quieren amontonar alrededor del escritorio, pero le doy una consigna y se ponen a trabajar, o por lo menos intentan.
V, una alumna que me persiguió todo el cuatrimestre para levantar la nota, es mi secretaria junto a otro alumno que no recuerdo su nombre pero que apoya fervientemente al campo. Es obvio, su familia vive de ello. El hijo del productor agropecuario es mucho más eficiente que V.
Cierro el primer promedio, es de R, sumo y da cinco con cincuenta, desaprobado. Me da cosa bocharlo, le pregunto si trajo el cuaderno de ortografía y me dice que pensó que llegaba con la nota y que por eso no lo hizo.
Le pongo la nota, y le digo, no te preocupes, lo podes levantar fácil.
Eso dicen todos lo profe, me contesta.
A pesar de que son muchos, son grandes y no hay esa pelea por una mayor nota. Salvo excepciones reciben si críticas su notas.
La mayoría aprueba.




La tarde

Tengo que cerrar promedio con los chicos de segundo año. Entre todos los cursos, es el que más me gusta. Son pocos, y con sus diferencias los quiero mucho.
Ayer le pedí que traigan el cuaderno de ortografía. Le dije que como era poco el tiempo que tenían se le iba a evaluar la responsabilidad antes que el contenido. Para pasarlo en limpio, con solo traer el cuaderno, como sea aprueban. Pero sino lo traían le tenía que poner un uno.
Llego y están todos caminando. Le digo que se sienten, no me hacen caso. En ese sentido soy un mal profesor, me cuesta poner orden. Todos mis cursos llegan al caos rápidamente. Me permito hacer bromas. Llego el profesor le digo, por si no se dieron cuenta. Los saludos, solo dos chicas me responden el saludo. Los chicos, con los cuales me llevo bastante bien se levantan para darme la mano.
Acomodo mi bolso en la silla y pido los cuadernos de ortografía. Casi la mitad no lo trajo.
Le digo que no queda otra que ponerle un uno a cada uno. La buena relación, la confianza se empieza a romper en un segundo.

Lágrimas, tercera parte

- Usted no nos dijo nada, dice R.
- Ayer le dije.
- Bueno, no escuche, dice L.
- El profe avisó ayer. Me defiende R.

Doy por terminada la cuestión y comienzo a cerrar los promedios. Arrancó con los chicos que entregaron el cuaderno. A todos los apruebo pero vario la nota entre siete y nueve, según la presentación. F, me trae su cuaderno, tiene dos tres y un ocho. Pongame un nueve me dice, para levantar. Pienso que mejoró mucho, y este último tiempo se esmeró para levantar la nota. El cuaderno no está mal, pero ya puse notas más bajas a cuadernos iguales. No pienso mucho. Le pongo el nueve y le cierro el promedio.
Las chicas estudiosas de adelante, que siempre me convidan mentitas y las cuales me cuentan lo que pasa en el curso pegan el grito en el cielo. Especialmente Y, que dice que regale la nota, que esto es cualquier cosa. La mando a su banco. No me extraña de Y, es una chica estudiosa a la cuál le importa mucho la nota. Pero de atrás salta M, uno de los chicos con el cual estoy constantemente hablando para que se ponga las pilas en todas las materias. Repite por segunda vez y corre el riesgo, si no pasa de año, de sentir el denominado fracaso escolar y la sobreedad.
También salta A y T, se quejan, no lo puedo creer. Pienso que es broma, pero siguen quejándose y acusando a F de vaga, igual que Y y sus amigas de adelante.
Mientras tanto, B sigue rogándome que no le ponga el uno, igual que R, que trata de convencerme mostrándome sus ojos color miel y poniendo cara de ángel. Reconozco que R se expresa bastante bien. Pero en todo el cuatrimestre no mostró interés. Se lo explico, me lo reconoce y vuelve a su banco.
Pero la cosa sigue, A, M y T se siguen quejando. Toca el timbre y ya le puse el uno a todos lo que no trajeron el cuaderno.
Salgo al recreo y le pregunto a M, si es verdad que esta enojado. No lo puedo creer, le digo. No me contesta.

Lágrimas, última parte


Pasa el recreo y vuelvo a segundo. Termino de cerrar los promedios.
La actitud de los chicos me molesto, y mucho. No me gusta que sean tan llorones por la nota.
Intento hablar, pero se siguen quejando, y me saca que R y S miren por la ventana cuando le digo porque le puse un nueve a F.

- Escucho con los oídos, no con lo ojos, listo, me responde R.
- Usted ya habla con todo cerrado, agrega S.

Pienso que se me fue todo de las manos. Tal vez debería haberles puesto la misma nota a todos. Pero pregunto enojado si tanto importa la nota cuando ya están aprobados.

- Claro que importa, uno se mata estudiando para que después le regalen la nota a una que no hace nada, esto es injusto, dice exaltado M.
- Si, agrega A.
- Profe, le doy mi cuaderno y bajeme la nota si quiere, dice F.
- No quiero bajarte la nota, digo.
- Voy a hablar con el Director, salta de adelante Y.
- Bueno, vaya y hable, digo ya enojado.
- Si yo también, no puede ser que a nosotras nos pongan un uno por no traer un simple cuaderno. Por lo menos que sea una prueba, dice L.
- Chicos, le puse el nueve a F porque ahí también agregué la nota de concepto. Entendí que ella se esforzó lo suficiente…

No me dejan terminar, y lo que empezó como un simple reclamo se vuelve insoportable, por lo menos para mí.
Vuelvo otra vez con la idea de que la nota no es tan importante, pero T exaltado me corrige.

- Claro que es importante, sirve para no desaprobar el próximo cuatrimestre. Porque si me va mal el próximo cuatrimestre, tengo la nota que me salva del primero.
- Eso es mentira, aunque te ponga un diez, si después te sacas un cinco en la segunda etapa te vas a rendir y todos los saben. Además T, todo el año pasado estuviste llorando para llegar a un seis y ahora te enojas por que te puse siete y no ocho.

B se queja de vuelta por el uno, igual que R, L y S. Quiero explicar que lo que se evaluó era la responsabilidad con la materia, pero no me escuchan.

- Listo, se acabo el tema, digo.

Vuelvo al escritorio y acomodo mis cosas. Lo veo a todos con caras desafiantes, menos a las chicas del fondo que fueron las únicas que me apoyaron. Me muerdo los labios y miro para abajo. No aguanto más, miro el pizarrón y siento como mis ojos se llenan de lágrimas.

jueves, 19 de junio de 2008

Me quieren echar

S, que es un chico petiso con cara de pobre angelito, le pega una patada en el culo a N, que es una chica flaca y alta con cara de picara. N le devuelve la patada y se va para atrás. S, la sigue. Me acerco y lo agarro del brazo para detenerlo. La patada queda en el aire.
- Qué les pasa, pregunto con voz firme.
No me contestan. Los amenazo con ponerle amonestaciones. Del brazo lo llevo a S a su banco y lo siento. Nadie me dijo que a un menor no se le puede poner un dedo encima.

Me quieren echar, parte dos

La estrategia del profe bueno no da resultado. El curso es un descontrol. Me acuerdo de un profesor de mi secundaria. Un pelado, totalmente desquiciado. Si hablabas en clase, te miraba fijo, te puteaba, te retaba a pelear afuera. En sus horas no hablaba nadie.
Pienso en usar esa experiencia, obviamente adaptado a esta época.

Entro al curso, J que no habla, grita, esta peleando con un chico que se sienta adelante. Lo mando a su lugar. Saludo. Copio en el pizarrón y les doy consignas. Trabajan en grupo. Pero la mitad hace las actividades y la otra mitad grita, pelea, se para y camina de un lado a otro, quieren salir del curso. Pego dos gritos y le pregunto que les pasa. Uso el plan b, y los reto de a uno. Los amenazo con voz firme, J vuelve a gritar y molesta a un compañero de adelante, entonces me acerco, y a unos metros del oído le digo:
- No te paràs mas.
Me hace caso y se vuelve a su lugar. B, lo mira y le hace un gesto de cómo te cagaste con el profe o cuidado que se enojo en serio.
Por dentro pienso que funciona la estrategia pero el curso sigue molestando. Grito de vuelta y siento el dolor de mi garganta. Desde el lunes que tengo la garganta tomada.
Los chicos siguen enloquecidos, no le importa el practico, ni mis gritos y menos las amenazas de ponerle uno al que siga molestando. S, ya me tiene harto, está atrás molestando con M. lo traigo para adelante del brazo y lo amenazo como lo hice con J. Pero el petiso, cara de pobre angelito, me desafía. No me toques, me dice. Y saca el brazo. L, la hija del policía me dice, no nos puede tratar así, somos personas igual que usted. Otra alumna repite lo mismo, y agrega que no grite más. Me doy cuenta, por lo comentarios y la actitud del curso, que me equivoqué. Es hora de pedir perdón.

Me quieren echar, parte tres

Me paro junto a la única estufa eléctrica que tiene el curso. Nos escuchemos, digo. Veamos de que manera podemos solucionar todo esto. Algunos quieren participar, otros en cambio siguen riendo.
Cuando hablo, me escuchan, digo.
Hacen silencio. L, la hija del policía toma la voz.
Somos personas, y tenemos derecho a hablar, además por qué nos quieren cambiar. Si S es así, por que hay que cambiarlo. Si lo mismo después estudia. Igual que O, que es un bocho, el anda gritando por la vida y es un machista, pero bueno es así…
El comentario me deja de cara. Sus compañeros la aplauden. Después otros toman la palabra, hasta que toca el timbre.
Me cruzo al curso del frente, sin recreo voy al otro primero. Pero todo es distinto. Son mucho más tranquilos. Entrego unos prácticos, leemos unos cuentos, limpiamos el curso, salimos a formar.

Después de izar la bandera, los chicos salen hacia los colectivos. La vice, me llama y me pregunta:

- Cómo te fue con primero
- Mal, respondo.
- Te cuesta primero, dice.
- Si, no encuentro la forma.
- De eso te quería hablar. Mira, le celadora me dijo que uno de los chicos te acuso que lo agarraste del brazo.

Pienso en S, cuando le estaba pegando a N y le explico a la Vice. Con voz tierna, pero firme me dice.

- Tene cuidado. En los cursos de lesgilaciòn que hicimos, aprendimos que al chico no se le puede poner un dedo encima. Si esto se sabe, o los chicos te acusan, se puede armar un problema para todos. En la escuela ya echaron a un profesor que tocaba a las chicas.
- Pero yo solo lo saque para que no pelee.
- Bueno, pero tene cuidado.

martes, 17 de junio de 2008

Por Dr. Raúl A. Montenegro, Biólogo.

Qué duro es sentirse minoría en un país de falsas mayorías. Qué duro es ver que el gobierno nacional y los ruralistas luchan entre sí cuando son cómplices necesarios del país sojero. Qué duro es ver cacerolas relucientes y llenas de soja RR en el asfalto civilizado de Buenos Aires. Que duro es ver las cacerolas renegridas y sin tierra de los campesinos de Santiago del Estero.

Que duro es ver a los estudiantes de universidades argentinas con sus carteles de apoyo a los ruralistas en huelga, como si Monsanto y el Che Guevara pudierandarse la mano. Que duro es recordar que esas cacerolas relucientes,esos estudiantes movilizados y esas familias temerosas deldesabastecimiento no salieron a la calle cuando los terratenientes deeste siglo XXI expulsaron a familias y pueblos enteros para plantar susoja maldita. Qué duro es ver la furia ruralista al amparo de reyessojeros como el Grupo Grobocopatel. Qué duro es ver el rostro resecode Doña Juana expulsada, de doña Juana sin tierra, de doña Juana consus muertos bajo la soja.

Qué duro es ver que se cortan las rutas para que China y Europa no dejen de tener soja fresca, y para que Monsanto no deje de vender sus semillas y sus agroquímicos. Qué duro es comprobar, con los dientes apretados, y con el corazón desierto y sin bosques, que nadie habló en nombre de los indígenas expulsados de sus territorios, de sus plantas medicinales, de su cultura y de su tiempo para que la soja y el glifosato sean los nuevos algarrobos y los nuevos duendes del monte. Qué duro es ver con las manos y tocar con los ojos que nadie habló en nombre de los campesinos echados atopadora limpia, a bastonazos y a decisiones judiciales sin justicia para que ingresen el endosulfán, las promotoras de Basf y las palas mecánicas con aire acondicionado.

Qué duro es saber que nadie habló en nombre del suelo destruido por la soja y por el cóctel de plaguicidas.Qué duro es comprobar que muchos productores, gobiernos y ciudadanos no saben que los suelos solo son fabricados por los bosques y ambientes nativos, y nunca por los cultivos industriales. Qué duro es saber que para fabricar 2,5 centímetros de suelo en ambientes templados hacen falta de 700 a 1200 años, y que la soja los romperá en mucho menos tiempo. Qué duro es recordar que el 80% de los bosques nativos ya fue destrozado, y que funcionarios y productores no ven o no quieren ver que la única forma de tener un país más sustentable es conservar al mismo tiempo superficies equivalentes de ambientes naturales y de cultivos diversificados.

Qué duro es observar cómo se extingue el campesino que convivía con el monte, y cómo lo reemplaza una gran empresa agrícola que empieza irónicamente sus actividades destruyendo ese monte. Qué duro es ver que el monocultivo de la soja refleja el monocultivo de cerebros, la ineptitud de los funcionarios públicos y el silencio de la gente buena. Qué duro es saber que miles de Argentinos están expuestos a las bajas dosis de plaguicidas, y que miles de personas enferman y mueren para que China y Europa puedan alimentar su ganado con soja. Qué duro es saber que las bajas dosis deglifosato, endosulfán, 2,4 D y otros plaguicidas pueden alterar el sistema hormonal de bebés, niños, adolescentes y adultos, y que no sabemos cuántos de ellos enfermaron y murieron por culpa de las bajas dosis porque el estado no hace estudios epidemiológicos.

Qué duro es saber que los bosques y ambientes nativos se desmoronan, que las cuencas hídricas donde se fabrica el agua son invadidas por cultivos,y que Argentina está exportando su genocidio sojero a la Amazonia Boliviana. Qué duro es comprobar que las cacerolas relucientes son más fáciles de sacar que las topadoras y el monocultivo. Qué duro es comprobar que en nombre de las exportaciones se violan todos los días,impunemente, los derechos de generaciones de Argentinos que todavía no nacieron. Qué duro es ver las imágenes por televisión, los piquetes y las cacerolas mientras las almas sin tierra de los campesinos y los indígenas no tienen imágenes, ni piquetes, ni cacerolas que los defiendan.

Qué duro es comprobar que estas reflexiones escritas a medianoche solo circularán en la casi clandestinidad mientras Monsanto gira sus divisas a Estados Unidos, mientras las topadoras desmontan miles de hectáreas en nuestro chaco semiárido para que rápidamente tengamos 19 millones de hectáreas plantadas con soja, y mientras miles de niños argentinos duermen sin saber que su sangre tiene plaguicidas,y que su país alguna vez tuvo bosques que fabricaban suelo y conservaban agua. Muy cerca de ellos las cacerolas abolladas vuelven a la cocina.

lunes, 16 de junio de 2008

Las cacerolas

Hoy me llegaron dos mensajes de texto donde me invitaban a sumarme a la manifestación en contra del Gobierno nacional y a favor del campo. El primer mensaje lo conteste, era de una novia de un gran amigo.Escribí: No adhiero a la protesta. Sí a la democracia.Al rato me contestó: Los Kirchner no son la democracia.A lo que yo dije: El campo, con los sojeros a la cabeza y con Duhalde manejando los hilos tampoco son la democracia.Mi interlocutora volvió a contestar y me dijo que no todos eran sojeros, y que el quiera oir que oiga.Ese fue el último mensaje. Al rato me llegó el segundo con la misma invitación. No quise contestar, lo mandaba la Vicedirectora.Cerca de las ocho, cuando estaba corrigiendo, comenzaron los primeros bocinazos. Salí al balcón y había un montón de estudiantes con las luces apagadas y golpeando cacerolas.Me quede mirando las ganas con la que sonaban esas cacerolas, de paso me putie con un vecino del decimo, que me dijo que protestaba porque el vivía del campo, y que no grite más. Mi novia me cerró el balcón y se metió adentro deseando que dejen de hacer ruido.Volví a la computadora y abrí un mail que recibí la noche anterior, me lo había enviado una tal Lucy y en el asunto decía: "otra voz en medio de tanto ruido". Era un poema del Dr. Raúl A. Montenegro.
Antes de dormir cambie unas cosas del blog, y en el chat me encontré con Rodrigo, un amigo de la facultad que siempre estuvo un paso adelante en temas tecnológicos. Me dijo que no hace falta que hables solo de la escuela, podes hablar de otras cosas como de lo que pasó hoy, y fue por él que escribí estas líneas, y abajo voy a publicar el Poema de Montenegro. Antes, para sacarme el bajon estaba leyendo frases de Marcelos Bielsa, ahora, estoy escribiendo.

domingo, 15 de junio de 2008

Descontrol, parte tres

Quiero saber cuanto falta para que toque el timbre, pero no tengo reloj, y no quiero sacar el celular. La escuela le tiene prohibido a los chicos venir con celular a la escuela, aunque nadie hace caso.

Pregunto la hora, todavía falta y los gritos siguen, J sigue gritando, ya me canso, le llamo la atención otra vez. En el fondo dos alumnas me hablan para que le explique por décima vez como tienen que hacer el práctico. Pongo todo el esmero para que me entiendan, pero cuando las chicas van entendiendo, J vuelve a gritar y le saca una lapicera a M. No aguanto más, voy hacía adelante y lo mando con la celadora. Me duele la cabeza. Vuelvo con las chicas, le explico y veo que por primera vez el curso está en relativo orden. Aprovecho la tranquilidad para llenar el libro de temas. Me fijo que hace como seis clases estamos con el mismo tema. Pienso, luego escribo.

Me concentro en el libro de temas y escucho un grito. L, una de las mejores alumnas esta levantada amenazando a F, el hincha de Racing de Nueva Italia. Le llamo la atención a L para que se calme. Sentate, le digo. Me hace caso, pero al rato se repite la misma escena pero con más furia por parte de L. Los chicos se paran y dicen pelea, pelea. Me acerco y le digo todos que se sienten.

- Que pasa acá, pregunto.

L no dice nada pero su compañera de banco sí.

- F, esta insultando a su padre, me cuenta.

La obligo a L que se siente y mire hacia delante, y a F que se quede callado en su banco y los demás chicos que sigan trabajando. El timbre suena, y siento un gran alivio. Todos salen menos L, su compañera de banco, y F. L se acerca hacía mi escritorio y me pregunta si pueden hablar conmigo, esta nerviosa.

- ¿Qué paso L?, pregunto.
- F, insultó a mi papá. El no sabe nada, si insulta a mi mamá no me importa, pero a mi papá si.
Sus ojos se llenan de lágrimas y respira intensamente. No se que decirle, solo que se calme, pero L continua.

- El no sabe lo que es darle un beso a tu papá y no saber si lo vas a volver a ver. Mi papá es policía profe, y la otra casi lo pierdo porque gente como esta casi lo mata. El no sabe nada, profe tiene que hacer algo.
- L, cálmese por favor. No se ponga así, la entiendo. Pero uno hace lo que puede.
- Pero usted es el profesor, imponga autoridad, ponga amonestaciones.
- Uno hace lo puede, cuantas veces los hable a tus compañeros, además no es solo mi materia. La dirección hablo con casi todos los padres, y tus compañeros no cambian.

L sigue llorando, maldiciendo a F y hablando de su papá. F está en la puerta escuchando todo. Lo llamo con voz firme y cara de enojado.

- ¡¿Que te pasa F, porque le insultas el padre a tu compañera?!.
- Dije lo que sentía profe.
- ¿Cómo?
- Si profe, dije lo que sentía, la policía es opresión y represión.
- Que sabes vos, dice L enojada y sale con su compañera de banco.

Salgo del curso hablando con F, aconsejándole que no se meta en problemas y aún sorprendido por sus sentimientos de opresión y represión. Caminamos por el pasillo y L junto a cuatro amigas de otro curso vienen directo a F para insultarlo y acusarme que no hago nada para defender a L.
Lo llevo a F a un costado, lejos del grupo de chicas y le digo que no se meta más con L.
Entro a la sala de profesores, me sirvo un vaso de agua y me siento. No pasan ni medio minuto que por la puerta aparece un amigo de F y me cuenta desesperado que L y su grupo de amiga le esta pegando a F.