Mencho abre una cerveza, toma un trago de costado y pasa la botella. Somos cuatro, Mencho, Flores, el Pájaro y yo. La birra pasa de mano en mano y no para. Se viene la segunda, al rato la tercera, caliente, no importa hacemos tragos largos.
Flores se va, no hay motivación, si no hay veneno no sirve, dice. Yo quiero veneno, el Pájaro también, Mencho no sabe, pero seguro que cuando se tome un par de cervezas más, va a querer. Pero no se como es la onda acá, y me quedo callado. Flores, antes de irse vuelve a preguntar y nadie dice nada.
En menos de veinte minutos terminamos la tercera cerveza y salimos para el Rey, el boliche de moda de la ciudad. Según el Pájaro, el dueño hizo un pacto con el diablo para que se llene todos los días. Pasó de ser un rancho con piso de tierra al boliche más grande de la zona. Según los carteles entran más de dos mil trescientas personas.
Pagamos y nos dan una consumición a cada uno. Entramos y saludamos a un par de conocidos. La pista está llena pero a los costados no hay tanta gente. Además la pista nueva, la del fondo esta cerrada. Solo la abren los sábados, me explica el Pájaro que no para de alabar la fiesta que tiene este lugar.
Voy a la barra y cambio la consumición por la cerveza de litro. Miró el celular y me doy cuenta que salimos tarde. Son las tres de la mañana y todavía estamos sanos. Nos paramos cerca de la pista y comenzamos a tomar. El vaso no descansa, pasa de una mano a otra, y observo los tragos que hacen los chicos, por un momento me había olvidado la cantidad de alcohol que se consume en Tartagal. Me sorprende la intensidad con la que toman. Pienso, mañana no se acaba el mundo, pero trato de seguirle el ritmo y me doy cuenta que no puedo. Las consumiciones se acaban en un abrir y cerrar los ojos. Tengo ganas de cambiar a fernet y los pibes como siempre me acompañan. De a poco siento el gusto de tomar tanto y con tanta intensidad.
Mañana no se acaba el mundo, pero quien sabe.
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