Queda un poco de cerveza en el vaso, Mencho no lo pasa, la tira al piso y dice para la Pachamama. Cambiá a fernet, digo, y le doy veinte pesos, soy el único al que le queda plata. Mencho va tan rápido a comprar la bebida como toma, y el vaso, de litro, ahora oscuro pasa de mano en mano y los tragos son tan o más largos que cuando tomábamos cerveza. A este ritmo el alcohol se acaba rápido, y la escena se repite. Lo poco que queda, al suelo sin que los guardias del boliche nos vean, y a correr y a comprar otro litro más.
En la pista, las personas le siguen el ritmo a la cumbia. Que bien bailan, pienso, y observo a una chica de pollera blanca que de una vuelta y mueve su trasero mientras su amiga le hace palmas. Al lado dos pibes saltan, mientras mueven sus pies, intento copiarle el paso, pero no me sale.
Una chica sale del baño y pasa cerca de nosotros.
- Que haces pendejo, le dice a Mencho.
Mencho le da un beso y me la presenta como una amiga, el Pájaro también la saluda. Me dicen el nombre pero me olvido. Le convido un poco de fernet. La amiga de Mencho tiene unos pantalones gastados, una remera negra, y unos labios grandes y sabrosos. Está con un grupo de chicas en una esquina de la pista.
- Vayan para allá, dice antes de irse.
- Vamos, dice el Pájaro, cuando pantalón gastado ya está con sus amigas.
- Si ustedes quieren, digo.
- No sirve, fijate, son cinco y no tienen ni una cerveza en la mano. Esas son muy bocas secas. Nos van a tomar toda la chupa. Dice Mecho.
Y tiene razón. Nos quedamos en el mismo lugar y vamos por otro fernet. Empezamos a movernos entre nosotros.
El Pájaro no resiste y se va a la pista a buscar una mujer para mentirle cosas al oído y bailar. Nosotros nos movemos un par de paso y nos quedamos al borde de la pista. La cumbia suena en cada rincón del lugar, y me muevo, mientras Mencho corre por medio de las mesas y compra otro fernet, grande de litro y vuelve tomando y levantando la mano libre al ritmo de la música. Me enseña el paso del camionero y lo hacemos a dúo y nos cagamos de risa y nos metemos de lleno a la pista, y nuestro baile ya no ocupa solo un rincón, sino que toda la posta, y vamos de un lado a otro levantando las manos, y cruzándonos con chicas que nos miran y algunas nos hacen palmas, nos sentimos los dueños del lugar y del fernet que se vuelve a acabar y a correr otra vez.
Falta poco para que termine el boliche, ya son las cinco y media de la mañana y decidimos volver a la cerveza para sacarnos el gusto dulce de la coca cola de nuestras bocas. A esta altura bailamos con cualquiera pero al fin con ninguna, seguimos deslizándonos por toda la pista y cuando nos toca sostenemos bien fuerte el vaso y así también tomamos. No me importa nada, levanto la cerveza y unas cuantas gotas caen arriba de mi camisa y yo las lamo con mi boca, me siento envueltos en llamas, y pienso, no caben dudas: en Tartagal, siempre de noche, parece que se acaba el mundo y no nos queda otra.
En la pista, las personas le siguen el ritmo a la cumbia. Que bien bailan, pienso, y observo a una chica de pollera blanca que de una vuelta y mueve su trasero mientras su amiga le hace palmas. Al lado dos pibes saltan, mientras mueven sus pies, intento copiarle el paso, pero no me sale.
Una chica sale del baño y pasa cerca de nosotros.
- Que haces pendejo, le dice a Mencho.
Mencho le da un beso y me la presenta como una amiga, el Pájaro también la saluda. Me dicen el nombre pero me olvido. Le convido un poco de fernet. La amiga de Mencho tiene unos pantalones gastados, una remera negra, y unos labios grandes y sabrosos. Está con un grupo de chicas en una esquina de la pista.
- Vayan para allá, dice antes de irse.
- Vamos, dice el Pájaro, cuando pantalón gastado ya está con sus amigas.
- Si ustedes quieren, digo.
- No sirve, fijate, son cinco y no tienen ni una cerveza en la mano. Esas son muy bocas secas. Nos van a tomar toda la chupa. Dice Mecho.
Y tiene razón. Nos quedamos en el mismo lugar y vamos por otro fernet. Empezamos a movernos entre nosotros.
El Pájaro no resiste y se va a la pista a buscar una mujer para mentirle cosas al oído y bailar. Nosotros nos movemos un par de paso y nos quedamos al borde de la pista. La cumbia suena en cada rincón del lugar, y me muevo, mientras Mencho corre por medio de las mesas y compra otro fernet, grande de litro y vuelve tomando y levantando la mano libre al ritmo de la música. Me enseña el paso del camionero y lo hacemos a dúo y nos cagamos de risa y nos metemos de lleno a la pista, y nuestro baile ya no ocupa solo un rincón, sino que toda la posta, y vamos de un lado a otro levantando las manos, y cruzándonos con chicas que nos miran y algunas nos hacen palmas, nos sentimos los dueños del lugar y del fernet que se vuelve a acabar y a correr otra vez.
Falta poco para que termine el boliche, ya son las cinco y media de la mañana y decidimos volver a la cerveza para sacarnos el gusto dulce de la coca cola de nuestras bocas. A esta altura bailamos con cualquiera pero al fin con ninguna, seguimos deslizándonos por toda la pista y cuando nos toca sostenemos bien fuerte el vaso y así también tomamos. No me importa nada, levanto la cerveza y unas cuantas gotas caen arriba de mi camisa y yo las lamo con mi boca, me siento envueltos en llamas, y pienso, no caben dudas: en Tartagal, siempre de noche, parece que se acaba el mundo y no nos queda otra.
2 comentarios:
Muy lindo, vos sabes que sino me gusta te lo digo!. Esta muy bien representada la movida tipica de cualquier grupo de amigos de cualquier lado, solo que anclado en tu historia y tu ciudad. Bien! Bien!
Muy Bueno!
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