Mamá tiene arritmia. Es una arritmia moderada, los médicos que le hicieron varios estudios dicen que con media pastilla se controla. Pero mamá a veces se agita, le falta el aire y se tiene que sentar o acostarse y quedarse en silencio mirando el techo con los ojos bien abiertos. Uno le pregunta si está bien y ella dice que si, que ya se le va a pasar.
La semana pasada pasé por su casa y fuimos a caminar por el bulevar que está al frente. Hicimos el mismo recorrido como seis veces. Los autos pasaban de un lado y del otro a velocidades altas y de vez en cuando se escuchaba una frenada o un bocinazo.
El mecánico cerró el taller y nos saludó de lejos con la mano manchada de grasa.
En un momento mamá me dijo que quería poner la casa a nombre de nosotros, dejar arreglado ese tipo de asuntos por si le pasaba algo. "Yo quisiera vivir muchos años más pero cuando los problemas son del corazón, uno nunca sabe", me confesó de manera tranquila mientras hacíamos otra cuadra. Permanecí en silencio. Desde chico supe que mis viejos no eran inmortales pero siempre deseé que si algún día se tenían que ir fuera cuando yo ya sea grande.
Caminamos cerca de una hora. La acompañé hasta su casa y me quedé un largo rato.
Volví a casa con un temor y una certeza.
El temor: que mamá y su cuerpo saben algo que nosotros no sabemos.
La certeza: que ya soy grande.
1 comentario:
Fabi, esta es una parte del cuento que leiste en el sótano Caterva?
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