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A una cuadra de la Terminal de Tartagal los remises esperan en fila que sus butacas se llenen de personas. Los chóferes se sientan, con sus panzas grandes e hinchadas, y esos lentes que le cubren la mitad de la cara bajo las ramas de un árbol. Chupan coca con bica, conversan y ríen. A veces, juntan monedas y uno de ellos se cruza al negocio del frente y compra una coca en envase retornable.
En la esquina, el choripanero le tira agua a las brasas encendidas que quedaban y se va. A la tarde, vendrá la chica de las tortillas.
En Tartagal, la gente que no tiene auto, camina con sus bolsas, y si tienen plata le dicen al chofer:
- Don, avísenme cuando salga- Y se apoyan en la pared del hospital, y esperan que otras tres personas hagan lo mismo para partir hacía Yacuiba.
Otros, menos afortunados se van en el lechero, y entran a La Virgen de la Peña, Aguaray, Campo Duran, paran en Gendarmería y un viaje de cuarenta minutos lo hacen en dos horas.
Tartagal queda cerca de Yacuiba, y Yacuiba queda cerca de tartagal. Pero antes de llegar a Yacuiba hay que pasar por Salvador Maza, que todos conocen como Pocitos Argentinos, y mostrarle el documento a los gendarmes que con un gesto te dicen adelante, y pasás por un pasillo sin ningún problemas mientras ves como del otro lado más gendarmes con caras recias le piden a las señoras y a los señores de rostros gastados que le muestren sus paquetes, y meten mano en los bolsos y las bolsas y sacan etiquetas de cigarrillos que luego, en sus ratos libres, apostaran en una mano de loba. Los gendarmes se cansan de decomisar este tipo de cosas mientras que la cocaína pasa en los acoplados de los camiones mezclada entre los alimentos y la madera.
Los días de calor la espera se vuelve insoportable, y a veces la cola llega al puente que pasa sobre un río de basura, de pañales usados, de botellas vacías, de bolsas de plásticos, de cajas de reproductores de dvd, televisores, equipos de música y todo otro artefacto eléctrico que deba pagar impuesto y que los bagalleros te lo pasan a un precio módico. El puente es el límite, de un lado está Pocitos Argentinos, y del otro, Pocitos Bolivianos.
Allí, en Pocitos Bolivianos los puestos se extienden a los largo de las calles, y hay ropa colgada de todos lados: vaqueros, remeras, buzos, zapatillas de todas las marcas y colores. Un hombre se acerca y ofrece medias, pañuelos y repasadores. Tres por diez amigo, lleve, lleve, dice. Los cd de músicas y películas se proyectan en cualquier parte y la gente compra estrenos que ni llegaron a Argentina.
En la calle, en los únicos lugares en que no hay puestos están los taxis que se llenan de personas y a toda velocidad salen sin frenar en las esquinas, solo tocando bocina.
Después de esto, después de todo esto, de gotas de sudor, de viajes, de gendarmes con botas lustradas y caras recias, de rutas y puentes, de taxis y ventanas abiertas, de tierra, de niños envueltos en frazadas durmiendo entre las remeras, de jugos de tamarindo en bolsas y pajitas, de películas truchas, de olor a pollo con ají y pescado, uno llega a Yacuiba.