martes, 16 de junio de 2009

Llueve en Tartagal (Fragmento)


Después de diez años, nadie volvió.

I

No se si era un jueves o un viernes pero llovía en Tartagal. Volvía de Vespucio en el auto de mi tío. Había ido a dejar un sobre a un pariente. El limpiaparabrisas iba y venia de un lado al otro, sacando el agua del cristal que a cada rato se empañaba por dentro y tenía que prender el aire acondicionado para poder ver bien. A un costado del paseo había un par de chicos jugando a la pelota, apasionados corrían detrás del balón y se arrojaban al suelo y resbalaban sobre el pasto húmedo. Más adelante, otros, trotando, intentaban escapar de la lluvia. Sol estaba entre ellos. Bajé la velocidad, toqué bocina, abrí la ventana y grité su nombre y las gotas rebotaron en el borde y me mojaron la cara. Ella miró hacía los dos lados de la avenida y cruzó al frente. Le abrí la puerta del acompañante para que subiera. Antes de sentarse me preguntó si no importaba que mojara el auto. Le dije que no era mío, así que estaba todo bien.
Sol me contó que venía de la casa de una amiga del secundario, que hace mucho que no veía y que esta vez había ido por conveniencia. Su amiga abrió un negocio y andaba buscando alguien para atenderlo. Sol no era la indicada, según sus propias palabras y su risa burlona. Aunque Sol se reía, pronto me di cuenta que el rechazo había dolido, más aún cuando me pidió parar en la estación de servicio para comprar dos cervezas y dar un par de vueltas. No tenía apuro, el auto lo tenía que dejar a eso de las diez y recién, según mi celular eran las siete de la tarde.
Nos fuimos a bienvenidos y tomamos las dos cervezas de medio litro. Prendimos un par de cigarrillos y busqué en el baúl la toalla que siempre lleva mi tió, no sé para qué, tal vez para ocasiones como esta: el de encontrar a una chica de solera totalmente mojada, con piernas atractivas y aroma a lavanda.
Charlamos de cualquier cosa, a pesar de que a Sol la conocía hacía poco habíamos pegado muy buena onda. Era una mina que escuchaba lo que decías y te miraba fijo a los ojos. Situación que al principio me ponía nervioso y luego me encantaba porque su mirada no era de seducción, sino de atención, como interesada realmente en lo que uno hablaba. Ella, también opinaba, la mayoría de las veces coincidíamos.
Yo invité las otras dos cervezas. No sé porque, en ese momento pensé que Sol no quería volver a casa. A veces le sucedía, dejaba el barrio, la madre, el hermano, el novio y se marchaba por ahí a dar vueltas sin ganas de regresar, tal vez buscando el valor para dejar todo lo que le molestaba. Sin embargo, yo no sabía que le molestaba, sólo sabía que ella era realmente atractiva y que más de un amigo se la había cogido, y a pesar, que después se sintieron mal o simularon estar mal, esa experiencia les había encantado.
Admito que me gustaba, que la primera vez que la vi me quede enamorado de su culo como todos alguna vez lo tuvimos, pero mucho más me gustó la forma que me trató apenas la conocí. Pero su actitud no era personal, esa mañana, éramos como tres y ella nos alcanzó los vasos, nos sirvió la cerveza, limpió el cenicero, el espejo, armó los cigarrillos y se fijó que nunca nos faltara nada. Pero a pesar de esos recuerdos, la cosa era que estábamos los dos, solos, con dos litros cervezas arriba, escondidos en la entrada de Tartagal con los vidrios empañados y yo, no podía dejar de ver sus piernas, mientras que afuera, la lluvia caía como baldazos de agua y los desagües se tapaban de basura. De vez en cuando abríamos las ventanas para que entrara el aire y el olor a tierra mojada llegaba como bocanadas de aire frío que nos ponía la piel de gallina. No sé si fue en ese momento o antes que pensé en abalanzarme y darle un beso, pero no tuve tiempo, ella me ganó de mano, me tocó la pierna y se vino hacía mi boca. La situación me sorprendió y mi cabeza imaginó mil cosas al mismo tiempo y ninguna relacionada con sexo. La alejé con suavidad y dije que no, no quería ser como los otros, no quería traicionarlo a Ivan, su novio, porque a pesar de que era solo un conocido, el pibe me abrió la puerta de su casa de la mejor manera como también lo hizo con esos amigos que después terminaron acostados con su novia, y lo peor era que él lo sabía, y aceptaba la situación, y si llegaba a pasar algo con Sol, también lo iba a saber, por todo eso y muchas cosas que prefiero callar, dije no.
Nos quedamos un rato más, compramos otra cerveza pero no la terminamos. La conversación no siguió tan amena como venía y en más de una ocasión nos quedamos en silencio. Sol estaba molesta, en el mismo día, dos personas la habían rechazado.

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