Elogio de la inmadurez
Entre sus méritos, Despiértenme cuando sea de noche suma el de darle existencia a mundos cercanos y literariamente intactos de la vida cordobesa y salteña: burdeles “cariñosos”, la noche desenfrenada de Nueva Córdoba, las salas de profesores de los colegios rurales, las piezas oscuras en donde los jóvenes tratan de sacudirse con juguetes rabiosos (el sexo, las drogas) la modorra de los más o menos pobres.
De todos modos, el exotismo relativo de esos mundos no conduce al regodeo en detalles sórdidos y extravagantes (detalles sórdidos hay, pero son insoslayables) ni a la explotación del potencial cómico de los estereotipos, sino que deja lugar a una escucha atenta de lo que les pasa a los personajes. En “El suplente”, por ejemplo, un profesor novato queda a merced de alumnos de secundaria que pasan por encima de su inexistente autoridad, mientras se involucra en un conflicto grave: el efecto en la salud pública de las fumigaciones sojeras. El relato no se burla de sus criaturas (ni de los profesores grises, ni de los alumnos embrutecidos por el hacinamiento y el sinsentido escolar, ni de las saludes quebradas por el Round up) y en cambio se sostiene en un matiz que, constante en el libro, les da a los acontecimientos un relieve de vida y autenticidad: la sensación de dolorosa inmadurez del que narra.
De hecho, los narradores de Martínez están casi siempre en un delgadísimo equilibrio que tiene que ver con la falta de poder, una sensación de indefensión y precariedad que hace vibrar los relatos con la amenaza del desastre, incluso a pesar del humor.
El caso testigo de esa inminencia es un cuento un poco tremendista al que Fabián Casas señaló en el prólogo como “pequeña obra maestra”: “Delivery’s”. En él, la orgía publica que se desata en Nueva Córdoba todos los fines de semana (una mezcla de frenesí, alegría siniestra y guerra de clases) es enfocada desde el punto de vista de los que exponen hasta la vida para que los hijos de la clase media alta vivan cómodos. Mientras mueren deliverys y nadie hace nada, el alcohol y la frustración van calentando la noche en una dirección fatal, y a pesar de los brochazos con que está construido el final, el preciso dibujo de sus personajes y el efervescente despliegue de su anécdota hacen de “Delivery’s” un punto alto del libro.
El otro pico es, sin dudas, “Estaba solo y yo lo acompañaba”. Hace falta osadía para escribir, en clave realista, un relato en el que un grupo mixto de jóvenes norteños, amenazados por el tedio, deciden experimentar anárquicamente con el sexo bajo la mirada espantada del pueblo represor que los rodea. Una especie de miniatura beat incompleta, con padres demasiado presentes, con el fantasma de la desaparición social detrás de una cadena de transgresiones que son como felices manotazos de ahogado. El relato es otra muestra de la condición doble que la migración estudiantil le impuso a Martínez, salteño y cordobés. De esa existencia doble hay registro también en “Llueve en Tartagal”, que parece la continuación de “Estaba solo…” y que nos golpea con sus imágenes líricas de la inundación, después de pasearnos por la desesperado y violento entregarse al presente (de nuevo las drogas y el sexo) de sus personajes.
Por supuesto, la inmadurez se traduce en errores, pero Despiértenme… es un libro valiente y lleno de entusiasmo, asistido por el acierto de hacer visible, en la escritura, el escenario que nos rodea, que nos agita y nos asfixia, pero que está oculto atrás de la costumbre.
Despiértenme cuando sea de noche, por Fabio Martínez, Ediciones Nudista, 123 pág.
Entre sus méritos, Despiértenme cuando sea de noche suma el de darle existencia a mundos cercanos y literariamente intactos de la vida cordobesa y salteña: burdeles “cariñosos”, la noche desenfrenada de Nueva Córdoba, las salas de profesores de los colegios rurales, las piezas oscuras en donde los jóvenes tratan de sacudirse con juguetes rabiosos (el sexo, las drogas) la modorra de los más o menos pobres.
De todos modos, el exotismo relativo de esos mundos no conduce al regodeo en detalles sórdidos y extravagantes (detalles sórdidos hay, pero son insoslayables) ni a la explotación del potencial cómico de los estereotipos, sino que deja lugar a una escucha atenta de lo que les pasa a los personajes. En “El suplente”, por ejemplo, un profesor novato queda a merced de alumnos de secundaria que pasan por encima de su inexistente autoridad, mientras se involucra en un conflicto grave: el efecto en la salud pública de las fumigaciones sojeras. El relato no se burla de sus criaturas (ni de los profesores grises, ni de los alumnos embrutecidos por el hacinamiento y el sinsentido escolar, ni de las saludes quebradas por el Round up) y en cambio se sostiene en un matiz que, constante en el libro, les da a los acontecimientos un relieve de vida y autenticidad: la sensación de dolorosa inmadurez del que narra.
De hecho, los narradores de Martínez están casi siempre en un delgadísimo equilibrio que tiene que ver con la falta de poder, una sensación de indefensión y precariedad que hace vibrar los relatos con la amenaza del desastre, incluso a pesar del humor.
El caso testigo de esa inminencia es un cuento un poco tremendista al que Fabián Casas señaló en el prólogo como “pequeña obra maestra”: “Delivery’s”. En él, la orgía publica que se desata en Nueva Córdoba todos los fines de semana (una mezcla de frenesí, alegría siniestra y guerra de clases) es enfocada desde el punto de vista de los que exponen hasta la vida para que los hijos de la clase media alta vivan cómodos. Mientras mueren deliverys y nadie hace nada, el alcohol y la frustración van calentando la noche en una dirección fatal, y a pesar de los brochazos con que está construido el final, el preciso dibujo de sus personajes y el efervescente despliegue de su anécdota hacen de “Delivery’s” un punto alto del libro.
El otro pico es, sin dudas, “Estaba solo y yo lo acompañaba”. Hace falta osadía para escribir, en clave realista, un relato en el que un grupo mixto de jóvenes norteños, amenazados por el tedio, deciden experimentar anárquicamente con el sexo bajo la mirada espantada del pueblo represor que los rodea. Una especie de miniatura beat incompleta, con padres demasiado presentes, con el fantasma de la desaparición social detrás de una cadena de transgresiones que son como felices manotazos de ahogado. El relato es otra muestra de la condición doble que la migración estudiantil le impuso a Martínez, salteño y cordobés. De esa existencia doble hay registro también en “Llueve en Tartagal”, que parece la continuación de “Estaba solo…” y que nos golpea con sus imágenes líricas de la inundación, después de pasearnos por la desesperado y violento entregarse al presente (de nuevo las drogas y el sexo) de sus personajes.
Por supuesto, la inmadurez se traduce en errores, pero Despiértenme… es un libro valiente y lleno de entusiasmo, asistido por el acierto de hacer visible, en la escritura, el escenario que nos rodea, que nos agita y nos asfixia, pero que está oculto atrás de la costumbre.
Despiértenme cuando sea de noche, por Fabio Martínez, Ediciones Nudista, 123 pág.
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