miércoles, 11 de diciembre de 2013

Prefiero Mi Arte

Gente con swing

A veces para bailar no hace falta mover los pies. El vino ayuda a soltar la timidez, a compartir charlas con extraños, a pasarlo bien. De eso nos habla Fabio Martinez en ésta crónica.
Tengo problemas con mi editor, son problemas editoriales, no personales. Los dos (Maigua y yo) sabemos que esto va más allá de la amistad. Hace tres meses publiqué una novela “Los pibes suicidas”, pensaba que iba a ser la novela de nuestra generación, que los críticos iban a hablar de ella a lo largo del país y que en Tartagal sus habitantes iban a tener un ejemplar debajo de la almohada y antes de dormir lo leerían como si fuera la biblia,  pero nada de eso ocurrió. Vendimos 200 libros, mucho menos que Despiértenme cuando sea de noche (también publicado por Nudista). Yo sostengo que la novela está cara, que 90 pesos para un autor que lo conoce sólo sus padres y un par de amigos es mucho, pero Maigua dice que no, que tenga paciencia, que el precio es una forma de prestigio, que no puede salir más barata y que yo debería venderme más. Que utilicé más el face, que visite talleres literarios, que vaya a más presentaciones y hable con los escritores, con los futuros escritores, los amantes de los escritores,  lectores y colados que van sólo por el vino y sea sobre todo ingenioso y con sentido del humor.
Así llego a Prefiero Mi Arte. Nunca escuché el programa, al principio no entendía la invitación y no quería ir porque los martes juego al fútbol, pero la voz de Maigua me taladraba la cabeza (vendete, vendete, vendete) así que acepté.



Llegué a la Casa del Pepino al horario pactado. La puerta estaba cerrada y adentro se escuchaban voces. Una chica rubia me abrió. Soy Fabio Martinez, le dije y ella se rió. Que pensabas que te iba a pedir documento, dijo y me invitó a pasar. Se presentó como La Rusa y me informó que estaba a cargo de la parte web del programa. En el mismo lugar dónde los sábados hay títeres había una mesa rodeada de sillas. Saludé a los que se cruzaron en mi camino y me senté en el lugar asignado. Lápices de colores y fotocopias con la imagen de un conejo cubrían la superficie. No conocía a nadie y ellos tampoco me conocían, no sabían los libros que había escrito, ni de dónde venía. Me sentí sólo por primera vez en la noche y me pregunté a mi mismo ¿qué hago acá? Pero justo me di cuenta que arriba de un mueble había tres vinos y entre los invitados estaba José Heinz, periodista de Ciudad X y conocido. Me puse a conversar con él. Le pregunté por la Ley de medios y el fallo de la Corte como para hablar de algo. Él me preguntó por la novela y le lloré la carta. Le dije lo mismo que le digo a Maigua cada vez que lo veo. Heinz escuchaba con porte de psicólogo y de vez en cuando metía un bocado, cuando la charla se puso interesante le sonó el teléfono y atendió afuera de la habitación.
El resto de los invitados comenzó a llegar. Al frente mío se sentó Martha Chiarlo, una señora grande que trajo varias pinturas, al lado Emilce Martinez, del grupo de teatro Chimango y dando vueltas y sacando fotos estaba Gastón Malgieri. En lo único que pensaba en ese momento era en vino, vino, vino. El musicalizador, Federico Peyrano llegó con un amigo, un Malbec en la mano y un sacacorchos en la otra. Tenía ganas de decirle que lo abriera pero el programa arrancó y no me dio tiempo.

Los conductores, Marcos y Natalia empezaron bien arriba, le metían onda y eran ingeniosos. Martha Chiarlo se robó el principio, contaba anécdotas de manera graciosa, con mucho swing y parecía destinada a devorarse el programa. En ese momento pensé que estaba perdido. Si algo me falta, y mucho es ingenio. Cuando llegó el momento de mi presentación y me preguntaron cómo había llegado acá, no sabía que decir y en la urgente necesidad de tener que responder,  por segunda vez en la noche lloré la carta: que nadie habla de mi novela y bla, bla y bla. Para mi sorpresa causó gracia y en ese momento me empezó a caer muy bien Natalia porque era la que más se reía. Me hizo acordar a un gran amigo de mi infancia y adolescencia que se reía de todas las casas que decías y te hacía sentir el tipo más gracioso del mundo.

En un momento de la noche los conductores hablaron de sorteos y premios. La consigna era más o menos así: cada invitado debía contar una experiencia relacionada con ese tema. Otra vez Martha Chiarlo se lució y Emilce Martínez también. Pensaba qué mierda puedo contar que cause gracia pero no se me ocurría nada. Soy un gran perdedor, lo único que gané en mi vida fue un microondas en una rifa de la escuela pero eso no tiene nada de gracia. Entonces lo miré al invitado musical que seguía con el sacacorchos en la mano, haciéndolo girar en uno de sus dedos y con mi mente le dije: abrí el vino, abrí el vino. No sé porque uno cree que con medio litro de vino encima puede ser más ingenioso. Obviamente la telepatía no funcionó y tuve que contestar. Conté la historia del microondas y para mí fue lamentable, me quise hacer el gracioso y no me salió pero a Natalia poco le importó y se rió.
No sé si para el segundo o tercer bloque ya quería abrir el vino con los dientes pero por suerte las botellas aparecieron en la mesa. Me serví un poco y saboree el tinto, ya está, pensé, todo solucionado, ahora sí puedo ser el tipo más gracioso de la noche. Pero no hizo falta. Con Heinz competíamos quién bajaba primero el vaso, parecían que estaban pinchados.

Llegó el turno de Emilce Martínez y nos habló de la obra de teatro S.o.s.pechoZAZ! que ella misma escribió y están llevando a escena con el grupo Chimango. Dijo que era una buena oportunidad para ver chicas lindas y yo tuve ganas de preguntar si esas chicas lindas mostraban algo, pero al final guardé silencio, no quería quedar como un baboso.
Silvina, la productora, cuando me invitó por e mail al programa había prometido comida gourmet pero justo ese día el chef se enfermó así que comimos sánguches de migas que la verdad estaban muy buenos. Comí uno detrás de otro y a esa altura de la noche ya me sentía bastante cómodo. Vino y comida gratis, que más se puede pedir para ser feliz. Me serví lo último que quedaba en una de las botellas y escuché al musicalizador decirle al amigo por lo bajo “y… es salteño”.
El bloque de medios que le tocaba a Jose Heinz lo viví desde la ventana. Me di cuenta que había una admiración implícita hacía él. Los conductores parecían leer con devoción sus artículos. Me llamó la atención que desde los 21 años trabaja en la Voz. A esa edad, yo andaba caminando por el desierto, el diablo me tentaba a cada rato y me encantaba.

La Eventera se arrimó a la mesa con una remera llena de granadas. Hizo su columna de manera certera. Me pareció un punto alto del programa, fue como darle un giro a las carteleras y por otro lado demostró que no hace falta ser un cumulo de frases ingeniosas para hacer algo convincente.
A esa altura de la noche todos me caían bien. El fotógrafo había dejado de girar alrededor de la mesa y esperaba sentado. La productora también se había cansado de hacerles señas a los conductores para que cerraran las notas. Heinz habló muy bien de Delivery, un cuento de Despiértenme… y cuando me preguntaron cómo se escribía una novela dije cualquier cosa. Antes de que finalizara el programa el fotógrafo, Gastón Malgieri, habló por primera vez para explicar su foto y fue contundente. Criticó a la policía de Córdoba y al Código de faltas. Tuve ganas de decir que yo había ido a la marcha de ADN pero para qué agregar más, Malgieri había sido claro y potente, todo lo que yo podría haber dicho seguramente iba a arruinar el mensaje.
El programa terminó pasadas las doce. Me despedí de la mayoría de manera efusiva, con abrazos y prometiendo que iba a volver a tomar más vino y comer la comida del Chef. Salí del lugar renovado y con el gusto del Malbec en la boca.

Junto a Heinz y la Eventera partimos rumbo a Alberdi. Tenía ganas de caminar por la ciudad dormida y ver “el brillante y vacío cielo” como el pasajero de Iggy Pop pero Heinz levantó el brazo a la media cuadra y detuvo un taxi. Nos subimos y en el retorno cuando tomamos la Cañada, Heinz nos contó una historia terrible que había pasado esa tarde en un edificio que está a la vuelta de casa. Nos dejó mudo y una tensión latente quedó flotando en el aire. Cada uno se bajó en su parada, y ellos pagaron el viaje.

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